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Guerra

Arnold Friedrich Vieth von Golßenau, un joven aristócrata de origen sajón, combatió como oficial en la Primera Guerra Mundial, en el frente del Oeste, primero como teniente y luego como capitán, en un regimiento de infantería de Sajonia en el que había ingresado en 1910 y del que, años después, dirigiría un batallón. 

Fruto de su participación en la guerra, en 1928 publicó su primer libro, Guerra, firmado con el pseudónimo de Ludwig Renn, en el que relata la supuesta experiencia bélica de su protagonista como soldado de infantería entre 1914 y 1918. Ni novela ni diario, Guerra se presenta como una verdadera crónica bélica de la irrepetible guerra de trincheras, de la crudeza de la que Emil Ludwig denominó «guerra estúpida», en la que se dieron cita la modernización del combate y la aparición de la muerte tecnificada.

El libro tuvo desde su aparición un gran éxito y una amplia difusión, tanto en Alemania como en otros países, incluida España -donde en 1929 se publicó una versión incompleta-, lo que proporcionó fama a su autor, quien poco después adoptó como propio el nombre de su personaje, Ludwig Renn, en lo que constituye un evidente gesto de renuncia a su clase y de un compromiso político expreso.  

Guerra. Un soldado alemán en la Gran Guerra (1914-1918), por primera vez traducido de forma íntegra al español, no es un relato autobiográfico, y pese a no ser un libro de carácter pacifista, de denuncia de la guerra, ni plenamente antimilitarista -aunque al final tenga algo de todo ello-, entronca con obras como El sargento Grischa, de Arnold Zweig, Los que teníamos doce años, de Ernst Glaeser, o Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque. Un relato desapasionado, incluso ponderado, de un soldado patriota y disciplinado que describe con minuciosidad, más que los acontecimientos en los que participa -las batallas del Marne, del Mosa o del Somme-, la absurda cotidianeidad de la guerra.
«Por todas partes había detonaciones, explosiones, restallidos. Me agaché más. Los oídos me zumbaban. Sentí un golpe en mi casco. Me tapé completamente con la manta. Más estallidos, más detonaciones. ¡Bum! ¡Pumba! ¡Dios mío! ¡Era horrible! Me encogí lo más que pude. Y si te dan, no se nota nada, pensé. No hay dolor, se acaba todo de una vez. ¿Qué tiene eso de terrible?»
Ludwig Renn
 
PRÓLOGO
LAS ARMAS Y LAS LETRAS DE UN NOBLE SAJÓN DEL SIGLO XX

Fernando Castillo Cáceres
     La llamada Gran Guerra fue uno de esos acontecimientos que transformaron de manera radical el mundo existente hasta entonces en prácticamente todos los aspectos, tanto que se suele hacer coincidir su conclusión con el fin del siglo XIX o, lo que es lo mismo, con el fin de la sociedad europea que había surgido al acabar las guerras napoleónicas. Era la conciencia del final de una supuesta edad dorada, más o menos mitificada, que adquiere este carácter a causa de los acontecimientos que habrían de ocurrir desde 1914.

     La Primera Guerra Mundial, que en sus comienzos se conoció como la Guerra Europea, fue el primer conflicto plenamente moderno, en el que las técnicas aplicadas al armamento cambiaron definitivamente la forma de combatir y alteraron el paisaje de la batalla. En sus comienzos la guerra moderna fascinó a los vanguardistas más tempraneros, como los futuristas, convencidos de su supuesta capacidad transformadora de la sociedad, tanto como repugnó a medida que se desarrollaba y mostraba la nueva realidad. Lo sucedido en las trincheras del frente occidental no se había visto jamás, ni siquiera durante las guerras napoleónicas. La combinación de las armas y las técnicas modernas con tácticas del siglo XIX provocó una carnicería y unos sufrimientos a los combatientes y a la población civil hasta entonces desconocidos. Por otro lado, la capacidad de destrucción de los nuevos medios bélicos dio lugar a la eliminación de las diferencias entre el frente y la retaguardia y a la aparición de un paisaje que hasta entonces apenas se había intuido, el formado por las numerosas ruinas en que se convirtieron muchos lugares de Champaña y Flandes.
[...]

     La obra

Guerra no es un libro de carácter pacifista ni de denuncia de la guerra, ni siquiera se podría decir que sea una obra plenamente antimilitarista, aunque al final tenga algo de todo ello. Diríamos que es sobre todo un relato desapasionado, incluso ponderado, de un soldado, patriota y disciplinado, que describe con minuciosidad la cotidianeidad de la guerra antes que los acontecimientos en los que participa. No hay críticas explícitas al mando, ni descripción de atrocidades ni apenas épica, aunque sí aparece cierta admiración por la profesionalidad, por el cumplimiento del deber, algo propio de un militar de carrera. En este contexto no es de extrañar que la vida en campaña y la camaradería, junto a los aspectos domésticos, tengan al menos tanta presencia como lo bélico, una circunstancia que acaba por caracterizar la obra.

     Junto a este aspecto, lo más destacable de Guerra es quizá la descripción de la trayectoria del protagonista -un arquetipo del soldado alemán, un joven de origen campesino, sano y tan familiar como patriota-, que comienza con el entusiasmo de los primeros meses, continúa con la decepción que supone el estancamiento y la aparición de la guerra de trincheras y culmina con el descontento y rechazo de los últimos meses, en los que la escasez, tanto en el frente como en la retaguardia, y la inminencia de la derrota eran evidentes.

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