Ir al contenido principal

La fuerza y el viento

Uriel Gamboa flota a la deriva en medio del Caribe, sin agua y con un cadáver a su lado. El camino hasta aquí ha sido largo: educado en una rígida disciplina militar, escapa de casa siendo adolescente y se une a Miguel Lantery y Gabriel Paíño para cumplir el sueño de convertirse en un verdadero pirata. Su objetivo: apoderarse del oro robado por los nazis tras la Segunda Guerra Mundial y saquear a banqueros estafadores y capos de la droga.

Sus incursiones llevarán a estos piratas contemporáneos a surcar los mares desde la Costa del Sol española al litoral italiano, desde Irlanda hasta el Caribe, asaltando barcos y enriqueciéndose gracias a la venta de sus cuantiosos botines y a las inversiones en negocios amparados en paraísos fiscales.
La fuerza y el viento es una apasionante novela de aventuras, una obra de ficción que recorre la historia de las últimas décadas desde la mirada de unos piratas implacables para los que las derrotas más amargas sólo pueden compensarse con la venganza.

«Las descargas de adrenalina inducen a una turbia soledad a ese hombre inexpresivo y con ojos gris ártico. El pirata se llama Uriel Gamboa y la primera vez que expolió un barco tenía nueve años.» 

PRIMERA PARTE
      Intenta protegerla del sol, y entonces recuerda que ella ha muerto. Ha sido un gesto inútil. Tanto como mirar alrededor. Nada a la vista. Únicamente ellos y su balsa derivando en mitad del Caribe.
      El vendaje le contiene la hemorragia y los tiburones ya no les rondan. Tal vez se hayan saciado con los cadáveres de los otros. De momento, al menos.
      Antes de morir, dicen, la vida entera pasa ante tus ojos. Falso. Te sientes tan agotado que sólo ansías entregarte, acabar... Lo otro, ese evocar tu existencia, él lo ha vivido días antes. Comenzó setenta y dos horas después del ataque y de que su velero reventara, en mil pedazos, alcanzado por la granada explosiva.
      En el fondo, que les hundiesen la balandra con un lanzacohetes casi ha sido una victoria. El tesoro también se fue a pique con ella. Los muy canallas se quedaban sin botín. Aunque tal vez eso no importara demasiado y solamente pretendían enviar un mensaje bien clarito. Ahora todos saben cómo las gasta el cártel del Golfo.
      No siente miedo, ni le importa cuánto más seguirá vivo. Sólo espera que nunca descubran su cadáver. Su único anhelo es desvanecerse en las profundidades del mar.
     Hace un esfuerzo por pellizcarse y nota que la piel harda en recobrar la tensión. Está deshidratado. Sufre punzadas en la cabeza y la memoria le juega extrañas pasadas. Acaba de recordar una cita del historiador aquel... ¿Cómo se llamaba? ¿Gosse?... ¡Qué sandez! No recuerda el nombre pero sí las frases: «El pirata afortunado, como el hombre afortunado en todas las demás profesiones, no busca notoriedad por razones palpables. Es dudoso que ni aun los más infatigables periodistas, de existir en su forma actual, lograran vencer tal modestia. El pirata que escapaba a la horca prefería ir a la oscuridad con su fortuna...».

Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta de Manuela Sáenz a James Thorne, su primer marido

No, no y no, por el amor de Dios, basta. ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución. ¡Mil veces, no! Señor mío, eres excelente, eres inimitable. Pero, mi amigo, no eres grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar; dejar a un marido sin tus méritos no seria nada. ¿Crees por un momento que, después de ser amada por este general durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? No vivo para los prejuicios de la sociedad, que sólo fueron inventados para que nos atormentemos el uno al otro. Déjame en paz, mi querido inglés. Déjame en paz. Hagamos en cambio otra cosa. Nos casaremos cuando estemos en el cielo, pero en esta tierra ¡no! ¿Crees que la solución es mala? En nuestro hogar celestial, nuestr

La extraña muerte de Fray Pedro

En 1913, el nicarag ü ense Ruben Dario presenta este cuento, el cual relata la historia de un fraile que muere en nombre de la ciencia. Un ser pertubado por el maligno espiritu que infunde la ciencia, el cual fragmentaba sus horas coventuales entre ciencia y oracion, las disciplinas y el laboratorio que le era permitido. Con este texto, Ruben Dario, deja en claro que la fe es un acto de fidelidad, que se sobreentiende en el corazón sin pasar por la cabeza. “No pudo desde ese instante estar tranquilo, pues algo que era una ansia de su querer de creyente, aunque no viese lo sacrilegio que en ello se contenia, punzaba sus anhelos” Toda la historia tiene lugar en el cementerio de un convento, cuya visita va dirigida por un religioso. la guia advierte a sus seguidores sobre la lapida de Fray Pedro, personaje central del cuento. Un personaje “flaco, anguloso, palido” e incluso de espiritu perturbado cuya desgracia se veia venir con su sed de conocimiento. El fraile persuade a

Grandes esperanzas (Fragmentos)

«En el primer momento no me fijé en todo esto, pero vi más de lo que podía suponer, y observé que todo aquello, que en otro tiempo debió de ser blanco, se veía amarillento. Observé que la novia que llevaba aquel traje se había marchitado como las flores y la misma ropa, y no le quedaba más brillo que el de sus ojos hundidos. Imaginé que en otro tiempo aquel vestido debió de ceñir el talle esbelto de una mujer joven, y que la figura sobre la que colgaba ahora había quedado reducida a piel y huesos. [...] ―¿Quién es? ―preguntó la dama que estaba sentada junto a la mesa. ―Pip, señora. ―¿Pip? ―El muchacho que ha traído hasta aquí Mr. Pumblechook, señora. He venido a jugar... ―Acércate más, muchacho. Deja que te vea bien. Al encontrarme delante de ella, rehuyendo su mirada, observé con detalle los objetos que nos rodeaban, y reparé en que tanto el reloj que había encima de la mesa como el de la pared estaban parados a las nueves menos veinte. ―Mírame ―me dijo miss