Todo el mundo conoce, ha leído y cita Un mundo feliz,
título mítico del Aldous Huxley en la literatura de antelación de todos los
tiempos. Y en la medida que esta referencia en el conjunto de su obra se va
afianzando, otras obras del mismo autor inglés van quedando rezagadas, cuando
no definitivamente olvidadas. Sería muy difícil poder encontrar hoy
interlocutores (me refiero sobre todo a los nuevos lectores que se incorporan
al mundo de la lectura) para hablar de Viejo muere el cisne (1939) o Ciego
en Gaza (1936), novela ésta que le ocupó tres años de trabajo luego de la
exitosa Un mundo feliz y con la que inicia una nueva etapa narrativa. Huxley
publicó en 1928 Contrapunto”. La leí a los veinte años porque unos amigos
letraheridos (bastante mayores que yo) casi me obligaron a que la leyera. Y
creo recordar que fueron ellos mismos los que me dijeron que por esa novela
Aldous Huxley fue considerado el hombre más inteligente de su tiempo.
Contrapunto es sin
lugar a dudas un compendio de ideas y reflexiones en labios de un nutrido grupo
de personajes protagonistas y secundarios. No creo, si exceptuamos novelas como Ulises, de James Joyce, o Los monederos
falsos, de André Gide, o El ruido y la furia, de William Faulkner, que haya
habido en esos años (los años de entreguerras) una novela que retratara con
tanta implacable lucidez y ferocidad desenmascaradora la sociedad inglesa de
su tiempo, la clase media alta y culta. O como escribió Günter Blöcker que se
decía de Huxley tiempo después de finalizada la primera guerra mundial: “Ese
cínico divertido que tostaba a la sociedad inglesa de la posguerra en el fuego de
su ironía”. Lo cierto es que Huxley en Contrapunto es algo más que un
ironista y un cínico. Es el novelista-pensador, el que detecta una enorme
brecha entre razón e irracionalidad, entre sensualidad y espíritu.
En esta
divertida novela, que lo es en la medida en que también cabe en ella la sátira,
no hay prácticamente acción. No podemos hablar de ella como si fuera un ente
novelístico incrustado en la tradición
decimonónica inglesa. Contrapunto es una novela pletórica de diálogo,
soliloquios, algo más que una novela de ideas: diría que es una novela teórica.
No cuentan en ella las descripciones de caracteres: cada personaje se muestra a
través de las palabras que pronuncia sobre sí mismo o sobre los otros. Todo
pasa en una velada, pero en virtud de su estructura perspectivística, de su
cruce de historias, de tiempos, de espacios, en definitiva de su forma fugada,
la novela alcanza una entidad narrativa y temática casi inabarcable. Nos es
menos importante la sensación de densidad plural que nos contagian sus actores. El irresponsable crítico literario, el
matrimonio que hace todos los esfuerzos imposibles por no naufragar en su
matrimonio, la aristócrata insatisfecha, el escritor impasible y un sinfín de
personajes variopintos. Entre la tragedia y la comedia, Contrapunto es
también con no menos ambición una novela experimentalista. En este sentido,
recuerdo un apunte del crítico y estudioso Mariano Baquero Goyanes a propósito
de Los monederos falsos y una frase de Nietzche. Recordaba del pensador
alemán su teoría de “los contornos erosionados”. La novela hasta Joyce, se
aferraba a los contornos cerrados, el aprisionamiento de la realidad, de la
vida, a las coordenadas de espacio y tiempo convencionales. Con Joyce comienzan
los contornos de la narrativa a erosionarse, a resquebrajarse violentamente en
virtud de la intrusión del incontrolable caos de la vida verdadera. Aldous
Huxley también aplica en Contrapunto esa idea de erosión, de estructura
abierta, de fuga. Y el mismo Baquero Goyanes nos recuerda que Huxley quiso (y
lo logró) impregnar su novela de la misma sensación que nos da cuando
escuchamos las variaciones bethovenianas sobre un tema de Diabelli.
Así que busquemos
rápidamente Contrapunto e instalémonos en esa velada para escuchar a esos
contertulios entre desilusionados y exasperados con su propia existencia. Y
escuchémosles teorizar sobre materias delicadas y otras peligrosas. Y sobre
todo cómo algún día lograremos la quimérica fusión de la carne y el espíritu.
El País
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