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Fernando Savater: “Ahora el teatro ha vuelto a valorar la palabra”

Frankfurt, 1859: Elisabet Ney, una joven escultora de 24 años, trabaja en el busto de Arthur Schopenhauer en la casa del filósofo. Mientras posa, charlan amigablemente. Hacia el final de su vida, tiene más de 70 años, la fama empieza a sonreírle al pensador. La belleza y la inteligencia de la muchacha, además, lo tienen seducido hasta el punto de que ha atemperado un tanto su radical misoginia. Por lo que se refiere a su célebre pesimismo, sigue como siempre. “Al principio todo es un frenesí de deseos y un éxtasis de placer sensual; pero después llega el turno de la frustración, la paulatina destrucción de nuestros órganos y el marchitamiento de las ilusiones”, le dice a la joven. Y apunta: “¡De la fragancia de las rosas al agusanado hedor de los cadáveres!”.

“Hace 25 años, hacia 1988, escribí esta pequeña pieza sobre Schopenhauer”, recuerda Fernando Savater. Anagrama la acaba de rescatar, se titula El traspié. “Había entonces dos programas de televisión dedicados al teatro: Estudio 1 y A través del espejo. Pilar Miró me la encargó para este segundo espacio y resultaba para la época una propuesta un tanto rara. El teatro que se estilaba entonces tenía un componente circense y las obras que se sostenían en la palabra eran tachadas de discursivas. Ahora, en cambio, creo que a la gente le gusta escuchar, ya no interesa tanto la cosa gestual. Digamos, pues, que las cosas en las que me embarqué en aquellos años con María Ruiz, la directora de escena, como Vente a Sinapia o Último desembarco, se adelantaron un poco a su tiempo. Es ahora cuando el teatro ha vuelto a valorar la palabra”.

Cuenta Savater que El traspié lo escribió a máquina. “Es anterior a Ética para Amador, mi primera obra en ordenador: esas cosas no se olvidan”. María Ruiz había conservado una versión manuscrita y Savater decidió pasarla al ordenador e irla limando un poco. ¿Ha cambiado mucho el autor de entonces con relación al de ahora? “¡Tengo un cuarto de siglo menos!, que se dice pronto, y me ocurre lo que comentaba Oscar Wilde, que ‘lo malo se ser viejo es que te sigues encontrando joven’. 

Por lo demás, Schopenhauer sigue interesándome tanto como me interesaba hace 25 años. Fue el primer filósofo que leí y supongo que eso termina marcándote un poco. Me regalaron en unos Reyes El mundo como voluntad y representación. La traducción que publicó Aguilar la había hecho un antiguo profesor de filosofía de mi madre y, bueno, se le ocurrió que sería un buen presente para un muchacho de quince años. Ya no sé si me enteré mucho de lo que leí entonces, pero Schopenhauer ha quedado siempre como alguien muy próximo”.

En El traspié, el filósofo alemán despliega sus encantos ante la joven escultora y no camufla ni uno solo de sus pensamientos sombríos, pero los carga de ironía y sentido del humor. Aparece por ahí su vieja ama de llaves, una furibunda católica que abomina de la simpatía del filósofo por Buda, y un español que lo visita para proponerle traducir sus escritos a la lengua de Cervantes. “Schopenhauer tiene la gran virtud de la claridad”, apunta Savater. “Es, además, un escritor maravilloso. Y sostiene, frente a la gran mayoría de los pensadores que atribuyen los males del mundo a las criaturas humanas, que el desastre que padecemos es cosa del cosmos, de la naturaleza, de la voluntad, de dios… si es que este existiera. El dolor, las ansiedades que nos agobian, los deseos insatisfechos: todo eso está en la naturaleza, sostiene Schopenhauer. Si los hombres fuéramos capaces de estar por encima de todo ese desorden seríamos un poco mejores. De eso es, en fin, de lo que se trata”.

El amor de Schopenhauer por Rossini y Mozart, su afición a tocar la flauta, su rechazo del suicidio (“lo considero un pecado de optimismo: lo que hay que matar en nosotros no es la vida, sino la voluntad de vivir”) o su gusto por el orden frente a cualquier tipo de subversión son algunos de los asuntos que Savater va tratando a lo largo de la deliciosa conversación entre el viejo pensador y su joven admiradora. “Aquella fue una época magnífica para el pensamiento”, dice Savater. “Rüdiger Safranski habla en su biografía de Schopenhauer de los años salvajes de la filosofía. Y, sí, fueron tiempos asilvestrados, llenos de pasión por las ideas e incluso Fichte o Hegel fueron también salvajes a su manera. Esta obra trata en definitiva de ese disparate: que un mamífero decida ponerse a pensar para intentar comprender el mundo”.

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