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"El arte de sobrevivir", de Schopenhauer, un libro sin pensamientos cándidos

Madrid, 1 mar.- (EFE).- "Sentirse enteramente feliz en el momento presente es algo que ningún hombre ha conseguido aún, a no ser completamente ebrio", escribió el filósofo alemán Arthur Schopenhauer, un pesimista bendecido por el destino, cuya vida y carácter se ilustran en "El arte de sobrevivir".

El libro lo ha publicado Herder en el 225 aniversario del nacimiento en Danzig (actual Gdansk, Polonia) del autor de "El mundo como voluntad y representación", reformador de la metafísica quien supo ver que la vida se basa en los afectos.

Si bien considerado el maestro del pesimismo profundo, su existencia fue muy creativa y de sus reflexiones surge la convicción de que "permanecer en la vida resulta un arte", y que "la vida hay que empezar a vivirla de nuevo cada día".

"Si la vida en sí misma fuera un bien valioso (...) las puertas de salida no necesitarían estar ocupadas por vigilantes tan tremendos como lo son la muerte con sus horrores", cabilaba el filósofo en uno de los textos de este libro que seleccionó Ernst Ziegler, experto en su obra.

Y es que en "El arte de sobrevivir" -edición de pequeño formato y unas cien páginas-, el lector no encontrará pensamientos cándidos con los que acompañar plácidamente el paso de los días.

"La muerte aún tiene de bueno que es el fin de la vida; nos consolamos de las penas de la existencia con la muerte, y de la muerte con las penas de la vida", pensaba Schopenhauer viendo una y otra inseparables en cuanto que forman "una equivocación, de la que salir es tan difícil como deseable".

"El sabio sabe que toda la vida es muerte", pensaba, pero su vida no fue tan mala como podría deducirse de su sentimiento de amargura, sus severos diagnósticos sobre la época que le tocó vivir o la sombra que asaltaba a su madre de que el hijo, como al parecer hizo su marido -un rico comerciante mucho mayor que ella-, pudiera llegar a quitarse la vida.

Sobre su vida y su carácter llegan detalles a través de las cartas que se han conservado de su madre Johanna (1766-1838), que fue amiga de Goethe, y de su hermana Adele (Louise Adelaide Lavinia, 1797-1849) de las que la edición incluye algunos extractos.

La madre escribe al inquieto adolescente de 19 años en 1807: "el colorido mundo infantil se desvanece ante ti sin que aún sepas orientarte...vacilas, no sabes bien a qué lugar perteneces, pero todo eso cambiará, tu malestar desaparecerá y vivirás alegre y con ganas".

Pero en 1832 cambia el tono: "¡No te enfurezcas!" y no tomes ninguna decisión grave precipitadamente que me obligue a dejarte en la estacada", amenaza al hijo de 44 años, enfadada por "su naturaleza sombría y suspicaz".

Desde ese año, en el que se reinicia una correspondencia interrumpida con la madre y la hermana, las misivas hablan de dinero y asuntos de herencia, objeto de choques, sobre todo con la madre, furiosa por los reproches del hijo a su vida y amistades.

Schopenhauer vivió siempre de las rentas, gracias a una herencia que alcanzó la increíble cantidad de 21.000 táleros (en torno a 1,3 ó 1,5 millones de euros), un patrimonio que defendió "con uñas y dientes", consciente de la ventaja "incalculable" que suponía vivir sin la obligación de trabajar.

Adèle que continuó escribiendo a su hermano tras morir la madre, sentía "mucha curiosidad" por sus escritos y sobre "Los dos problemas fundamentales de la ética" que se publicaron en 1841 en Frankfurt del Meno, le confesó haberse divertido con el prólogo, "puesto que no me gusta Hegel", aunque le pedía que fuera "menos sarcástico".

Y es que la trayectoria de Schopenhauer como profesor universitario estuvo marcada por su confrontación con Hegel quien gozaba de gran popularidad.

Tras diversos viajes a Italia e intentos poco fructíferos de impartir clases en la Universidad de Berlín, el filósofo se instaló en Fráncfort donde pasó los últimos 28 años de su vida.
Para Schopenhauer la vida humana está atrapada entre el dolor y el aburrimiento y se mantiene en movimiento por el hambre y la atracción sexual.

"Las horas del muchacho duran más que los días del anciano", constató septuagenario y sentenció: "En la juventud domina la intuición, en la madurez el pensamiento; de ahí que aquella sea la edad de la poesía, y esta la de la filosofía".

Después de Nietzsche, él es quizás el pensador contemporáneo que más discusiones y juicios opuestos ha suscitado. "La única forma de existencia es el momento presente, que es también la posesión más segura -sostuvo-, aquella que nadie nos podrá arrebatar jamás".
Por Getu Arteche

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