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Dos poetas llamados Seamus Heaney

Poesía. Se escribe para avisar a otros de que algo sucede, y uno de los versos de este nuevo libro de Seamus Heaney lo da a entender con toda la claridad que una poesía oscura como la suya desea permitirse: "La palabra misma es como una campana". O se escribe para recordar lo que ha pasado, y eso también ocurre a menudo en la obra del premio Nobel irlandés, donde la memoria y la Historia pelean por hacerse con el centro de cada libro: "Todo mi trabajo es un pulso entre lo lírico y lo cívico", ha declarado en más de una ocasión, y esas mismas fuerzas combaten en Cadena humana, un título ciento por ciento Heaney donde a veces la voz que habla es la de un niño que recuerda hechos y personajes de la infancia, como los pescadores de anguilas que veía a la orilla del río Foyle o los camioneros que llevaban carbón a las casas "en días que la vida iba preparando / para los días de lluvia"; y otras veces es la voz de un adulto que rememora el ambiente trágico que le tocó vivir en el Ulster, con los enfrentamientos entre protestantes y católicos, y que dejó en una marca roja y un firme deseo de luchar contra el olvido: "Lentamente / los muertos avanzan / hacia el futuro", dice. El mejor Seamus Heaney es ése, el que en el pasado ha visto tanta sangre derramada, que ahora, al ver las luces de freno de un coche piensa en "linternas rojas al alba en manos de patrulleros / del RUC andando por los caminos previos a la violencia", y que a continuación se pregunta para qué sirvió aquella guerra: "¿Y qué quedaría por enterrar, al fin y al cabo, / del Sr. Lavery, que voló en pedazos su propio pub / por llevar un arma cargada / (...) o del pobre Louis O'Neill / por estar aquel miércoles en el sitio erróneo / cuando sepultaron a los trece de Derry?". El autor de Viendo cosas se refiere a los sucesos del famoso Bloody Sunday, producidos en esa ciudad de Irlanda del Norte en enero de 1972, cuando los soldados británicos abrieron fuego contra 15.000 manifestantes que protestaban contra una ley que propiciaba el encarcelamiento sin juicio de cualquiera que fuese sospechoso de pertenecer al IRA. Al día siguiente, la Embajada británica en Dublín fue incendiada, el IRA hizo estallar varias bombas en Belfast y una diputada independentista abofeteó ante las cámaras al ministro del Interior británico, mientras le llamaba "hipócrita asesino". Ese ambiente pasa como un oscuro río subterráneo bajo los poemas más sobresalientes de Cadena humana. En el libro, donde resulta muy discutible la versión rimada de algunas canciones que ha hecho la traductora, porque a veces lleva los versos al borde del ripio, también está el otro Seamus Heaney, entregado a la nostalgia de un mundo idílico que tal vez no existió pero es seguro que no va a volver: "Entre el brezo y la caléndula, / entre el musgo y el botón de oro, / entre el diente de león y la aulaga, / entre el nomeolvides y la madreselva, / como entre el azul pálido y la nube / o entre el roble y los tejados / existí, allí estuve / yo en el lugar y el lugar en mí. / (...) Pero dónde volver a encontrar / ese mundo en otra parte, más allá (...)". En cualquier caso, un gran poeta encuentra grandes versos incluso en sus textos menos brillantes, y Heaney tiene la mirada de los maestros, sabe reconocer la emoción y el drama allí donde estén: "Cuando las campanas fúnebres redoblan, / la hierba se pone a temblar. / Pero sólo entonces, / no cada vez que cualquier vieja campana / suena". Saber inventar y saber reconocer: dos de las grandes virtudes que debe tener un poeta de su categoría, cuyo apellido, en Irlanda, se escribe justo después del de Yeats.

El País

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