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Arturo Pérez-Reverte celebra la madurez con una novela de amor

Arturo Pérez-Reverte cumplió en noviembre sesenta años y ayer dijo en la Fundación Juan March que está escribiendo una novela de amor. Está, pues, en la madurez; es académico, ha estado en mil batallas, es un autor de mucho éxito, y ahora, en el remanso de la vida, cuando ya es, como los suyos, un héroe cansado, se ha zambullido en un amor contado desde la experiencia de tres edades: los veinte, los cuarenta, los sesenta, en distintas geografías y en distintas épocas del siglo XX. No tiene título, o por lo menos él nunca da el título. Pero el nombre, una mujer, en torno a la que gira la trama que elabora en casa o viajando, recopilando información incluso comiendo, sí se conoce, lo dijo allí, ante el nutrido auditorio: se llama Mecha. Dará que hablar.

En todo caso, tuvieron mucho de que hablar, ante aquel auditorio, el autor de El pintor de batallas, y Sergio Vila-Sanjuan, periodista, autor de un libro capital en el universo del análisis de los best sellers. Porque se trataba, pese a la reticencia del novelista, de hablar de él como autor de libros muy vendidos. En 1998, cuando a José Saramago lo estaban premiando en Estocolmo, su amigo Pérez-Reverte estaba hablando precisamente de eso, de los best sellers, con Ken Follett, en la Feria de Francfort. Hubo un momento de silencio, circuló la noticia, él expresó su alegría, y siguieron hablando. De lo que se trataba entonces, cuando ya Reverte había publicado El club Dumas y La piel del tambor y había iniciado su triunfal serie Alatriste, era de discutir con su colega inglés, el autor de Los pilares de la tierra, acerca del fenómeno del best seller en la cultura europea, tan distinto al best seller de sello norteamericano.

Y Vila-Sanjuan le sacó a Pérez-Reverte, en la conversación que tuvieron en la March, ese recuerdo, y por ahí entró, por el best seller literario de estilo europeo, el novelista a contar el momento en que se acabó su timidez como escritor de los libros que quieren ser reflejo de su gusto y de sus lecturas. Eso ocurrió cuando leyó El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Eso era precisamente lo que estaba queriendo hacer el lector de Dumas: contar historias, expresar por escrito lo que había visto y vivido en su aventurera vida de reportero en guerras cruentas y en otras batallas civiles; y, sobre todo, lo que quería era demostrarse a sí mismo que la pasión por escribir no debía tener otro límite que la decisión de no aburrir.

Entonces él tenía 30 años. Escribió después, bajo la influencia de esa decisión de no dejarse tentar por el aburrimiento del sacrificio del escritor, La tabla de Flandes, que fue un éxito que nació en secreto: ni dios le dio pábulo en la crítica o en la información literaria de entonces, pero el libro se abrió paso mientras él andaba por los territorios terribles de las guerras del mundo. Cuando escribió y publicó El club Dumas ya estaba mejor equipado el mundo editorial para recibirle y para lanzarle, y ese fue, dijo él, un lanzamiento espectacular que preparó al auditorio de la época para los éxitos masivos que constituyeron las ya citadas La piel del tambor y El capitán Alatriste y la secuela ya tan conocida.

Así se fue haciendo Pérez-Reverte best seller, pero él no tuvo la culpa. Quiso decir que detrás de lo que escribía había puramente el deseo de escribir, que mantiene intacto; él no sufre escribiendo, no siente que sea un sacrificio ver delante la página en blanco, que eso no le hace llorar, y si así fuera seguramente no dispararía un chícharo. Tampoco se propone, ni siente, que esté escribiendo un libro que "va a venderse como rosquillas"; siente, tan solo, la intuición "de que esto va a funcionar, pero porque me funciona a mi, escucho lo que voy escribiendo y noto que la respuesta interior se parece, probablemente, a la que va a tener el lector".

Sergio Vila-Sanjuan le preguntó a Pérez-Reverte si él le aconsejaría a un joven cómo tendría que hacerlo. El escritor había ido con corbata (venía de la Academia); aunque va rapado, esa vestimenta le daba la señal de un académico presto a decirle a los jóvenes cómo tendrían que hacerlo, pero se paró un rato, "no estoy seguro de que deba dar un consejo". Pero al final (Sergio es muy persuasivo) se dio por vencido y desgranó algunas pautas: "lee sin prisa, déjate llevar por el instinto, manten la sangre fría, no te dejes llevar por los juicios admirativos de tus amigos (suelen ser mentira), trabaja..." Trabaja: toma notas, haz esquemas, lee todo lo que puedas sobre el asunto acerca del que quieras novelar... "Yo no soy un artista, soy un artesano, por eso trabajo tanto hasta que logro un producto que refleje lo que tengo en la cabeza".

Hablaron, cómo no, de héroes y heroínas. Para el creador de Alatriste, "el héroe de verdad es un solitario, un soldado en territorio enemigo, alguien que si flaquea sabe que será devorado... Mi héroe es individual: yo no creo en la humanidad, y mis héroes tampoco".

Y también hablaron de mujeres, de arquetipos... Fue al final cuando se lanzó Sergio a hacerle hablar de lo que ahora escribe. Es raro en Pérez-Reverte, pero fue más allá de lo que suele. La novela discurre en función de varias intrigas; Mecha es ahí la persona importante. Y esas tramas transcurren en Argentina, en la Costa Azul, en Sorrento (Italia)..., y por esos lugares (por sus mesones y por sus calles) ha discurrido últimamente la vida de Reverte, como si fuera un enviado especial que ahora sólo disfruta imaginando y no poniendo la mirada sobre realidades que le llenaron los ojos de sangre...

El País

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