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Ego. Las trampas del juego capitalista

Vivimos en un estado permanente de subasta. Toda nuestra biografía, los logros conseguidos, nuestros sentimientos... todo se evalúa en un constante "me gusta". Los modelos mentales económicos han conquistado al resto de ciencias sociales, y la absurda idea de que "el ser humano es egoísta" se ha convertido en algo así como una ley natural. Vivimos conectados a esas premisas, desde la genética hasta la moral, desde las altas finanzas hasta las cuentas de Facebook o Twitter. Todo ha quedado reducido a la teoría de la elección racional, del propio interés. Una tesis cuyo origen se remonta ala Guerra Fríay que no sólo no funciona, sino que ha sido manipulada para ser aplicada en beneficio del mundo financiero y en contra de teoría basadas en modelos cooperativos.
El sistema capitalista se nos está escapando de las manos. El dictado de la nueva economía - en la que los "ordenadores" gestionan los mercados de acciones y divisas nos indica que los Gobiernos están perdiendo su independencia y su autonomía y las democracias se convierten en marionetas de los mercados, en la pelota con la que juega el "monstruo". Un juego en el que, al final, perdemos todos.
Schirrmacher hace un entretenido, ágil y bien documentado relato de ello y nos advierte de los riesgos de convertir la vida entera en un juego eterno de medallas, premios y promociones. Es hora de pensar en una vía de salida, en nuevos modelos altruistas y de colaboración que no conviertan cada uno de los aspectos de nuestra vida cotidiana en una mera ecuación matemática.
1. Trance
El ejército busca una respuesta a la pregunta de cómo se manifi esta el comportamiento egoísta
Todo comienza, como es de rigor en las historias de la «zona gris», con el trance. Nos hallamos en los primeros años de la Guerra Fría. En algún lugar de Estados Unidos, protegido por muros de hormigón armado de un metro de grosor y a prueba de bombas, trabajan personas cuidadosamente entrenadas para una misión muy especial: son los soldados que controlan el espacio aéreo estadounidense. Se dedican a contemplar pantallas de radar.
Los soldados buscan pequeños puntos de luz intermitente que aparecen de vez en cuando en sus pantallas. Registran hasta el menor movimiento, no en vano cualquier señal podría ser un avión ruso cargado de bombas atómicas. Les han inculcado que ninguna misión de las fuerzas armadas estadounidenses es más vital que esta.
Entonces suceden cosas insólitas. Un ofi cial de la fuerza aérea que ha sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial sin sufrir ni un rasguño logra de alguna manera inexplicable la proeza de romperse una pierna en el corto camino que media entre su pantalla y la máquina de café. Otros militares se duermen por momentos y algunos están demasiado ausentes para contestar a una pregunta. A esto se añade la luz artifi cial, las puertas y pasillos subterráneos, la creciente mentalidad de búnker, y una y otra vez esos circulitos verdes en la pantalla del radar: todo esto refuerza la sensación de estar sentados en las entrañas de un «organismo hipnótico».
«Es difícil mantenerte despierto», confi esa un miembro del equipo, «cuando fi jas la mirada durante horas en una pantalla de radar dentro de un espacio oscuro, día tras día, semana tras semana, siempre buscando nada más que esa señal que exige tomar una decisión...» Y esto resulta fatal, pues «un minuto de sueño puede signifi car una ciudad aniquilada», escribe un preocupado visitante del búnker en el año 1955.9
Un equipo de científi cos -economistas, psicólogos y sociólogos- convocado al efecto por los militares trata de registrar las ausencias en los rostros iluminados de verde de los controladores. Es entonces cuando se dan cuenta de que son los ordenadores, esas máquinas vigilantes, los que hipnotizan a los hombres que los manejan.
Esto plantea a los investigadores un problema prácticamente irresoluble: ¿cómo entrenar a los soldados para que resistan el poder hipnótico de sus propios instrumentos?
Entonces, los hombres de bata blanca instalan unas cámaras controladas mediante tarjetas perforadas que registran la fi sonomía de los soldados cada 30 segundos. Cada 20 minutos fotografían sus pantallas, anotan diagramas en sus cuadernos, en los que cada hora dejan constancia de los movimientos y las distancias recorridas por los miembros del equipo. Por esa misma época, en Hollywood se ruedan películas de ciencia ficción y de terror en que sucede exactamente lo mismo.

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