«En el primer momento no me fijé en todo esto, pero vi más de lo que podía suponer, y observé que todo aquello, que en otro tiempo debió de ser blanco, se veía amarillento. Observé que la novia que llevaba aquel traje se había marchitado como las flores y la misma ropa, y no le quedaba más brillo que el de sus ojos hundidos. Imaginé que en otro tiempo aquel vestido debió de ceñir el talle esbelto de una mujer joven, y que la figura sobre la que colgaba ahora había quedado reducida a piel y huesos.
[...]
―¿Quién es? ―preguntó la dama que estaba sentada junto a la mesa.
―Pip, señora.
―¿Pip?
―El muchacho que ha traído hasta aquí Mr. Pumblechook, señora. He venido a jugar...
―Acércate más, muchacho. Deja que te vea bien.
Al encontrarme delante de ella, rehuyendo su mirada, observé con detalle los objetos que nos rodeaban, y reparé en que tanto el reloj que había encima de la mesa como el de la pared estaban parados a las nueves menos veinte.
―Mírame ―me dijo miss...
La lectura, una orgía perfecta entre realidad y ficción
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