Ir al contenido principal

Americana

Leer una primera novela cuarenta y tantos años después de que fuera escrita y cuando su autor ha desarrollado desde entonces una carrera tan fructífera (dieciocho o veinte novelas) como exitosa (una treintena de los más importantes premios literarios, millones de libros vendidos en todo el mundo) tiene para el lector un atractivo adicional. Es muy probable que haya leído algunas de las novelas escritas y publicadas después por ese mismo autor, y es posible también que haya buscado por su cuenta información adicional, desde entrevistas con él y ensayos sobre él hasta las opiniones de otros grandes y afamados escritores. O sea que la lectura tardía de esa primera novela no será inocente. Y de ahí la ventaja añadida.

Americana se publicó en 1971, cuando DeLillo tenía ya treinta y cinco años y no había hecho todavía nada relevante con su vida, salvo leer con mucha atención a buenos maestros (fundamentalmente Joyce, Faulkner y Hemingway ) y ver mucho cine, sobre todo europeo (Bergman, Antonioni, Truffaut o Godard) y oriental, que en los años sesenta y setenta del siglo pasado quería decir fundamentalmente cine japonés (Kurosawa y compañía). Otra importante ocupación de sus años previos a la escritura fue su prolongada estancia en una de las agencias de publicidad más sofisticadas del mundo, con sede en la Quinta Avenida, como debe ser.

DeLillo tardó cinco años en escribir Americana, pero luego se resarció de tan prolongada inversión porque entre 1971 y 1978 publicó seis novelas. DeLillo renegaría más tarde de su primer intento serio de escribir y se preguntó qué vieron en esa novela los dos jóvenes editores que le ayudaron a escribirla, aunque quedó tan poco satisfecho del trabajo final que la revisó a fondo en 1989, cuando ya era un triunfador.

Sepa el lector no advertido que Americana no se parece mucho a lo que se dice de ella en las reproducciones de las cubiertas y los extractos copiados de éstas que circulan por Internet. Todos ellos explican el contenido como un viaje a la América profunda en busca de sus raíces y es cierto, y casi podría decirse que es lo que da entidad al libro, pero el viaje en cuestión ocupa apenas el último tercio de la novela. Antes ha habido una primera parte que transcurre íntegramente en una cadena de televisión y que (hoy, en la distancia) guarda un curioso parecido con la serie de televisión Madmen, que va de ejecutivos publicitarios y no de ejecutivos televisivos, pero da lo mismo porque los personajes y los escenarios son intercambiables, así como las luchas por el poder y los celos o la persecución implacable y generalizada de las secretarias, ya sean las propias o las de otros departamentos pero que acaban invariablemente en un sofá o en la moqueta. Todo ello bien empapado en whisky. No recuerdo ahora mismo cómo estaba en aquellas fechas el surtido de historietas sobre ejecutivos y secretarias pero todo lo que cuenta DeLillo al respecto hoy suena a conocido.

En la segunda parte se narra la infancia y adolescencia de un joven blanco y de clase media que vive con su familia en Old Holly, un vecindario situado al norte de Nueva York y que es y no es parte de la gran ciudad. También suenan conocidas muchas de las situaciones que se describen. Salvo por la voz narradora, pues se trata del mismo David Bell al que hemos conocido como futura estrella de la televisión, esta continuación no tiene la menor relación estructural con la primera y la tercera parte, en el sentido de que si faltara cualquiera de ellas el lector no tendría la sensación de estar leyendo un texto amputado.

Y por fin llega el famoso viaje. Vuelve a ser el mismo narrador y alguno de los personajes ya han asomado antes, pero aquí cumplen otra función y podrían llamarse de otra forma y no se notaría el cambios. Aquí ya se reconocen algunos de los temas (patologías de la América actual) que luego trató con más profundidad, en Los nombres, Ruido de fondo (White Noise en el original) y Libra. Tenía a su disposición las dos grandes explosiones narrativas de las carreteras Lolita (1955) y En el camino (1957), pero DeLillo andaba buscando sus propios recursos narrativos y prefirió adentrarse en los caminos y solventar las encrucijadas por sí mismo. Y es aquí donde entra la supuesta ventaja de leer un texto mucho después de que el autor haya completado gran parte de su trayectoria literaria. DeLillo es más bien acumulativo y sus novelas surgen más por superposición de personajes y situaciones que por el desarrollo de unos y otras. En Americana, esa acumulación se produce por bloques que no se comunican, como si fuesen pétreos, mientras que en Los nombres, por poner un ejemplo de narración no bien estructurada, los flujos narrativos se entrecruzan y se vigorizan mutuamente, aunque muchas veces dejan la sensación de que el autor ha olvidado algunas de las promesas que hizo al principio. Pero da lo mismo. El discurso (entonces como ahora) es tan fuerte que no importan las promesas o las proyecciones de futuro. Es como un presente continuo.

Americana
Don DeLillo
Seix Barral

Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta de Manuela Sáenz a James Thorne, su primer marido

No, no y no, por el amor de Dios, basta. ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución. ¡Mil veces, no! Señor mío, eres excelente, eres inimitable. Pero, mi amigo, no eres grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar; dejar a un marido sin tus méritos no seria nada. ¿Crees por un momento que, después de ser amada por este general durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? No vivo para los prejuicios de la sociedad, que sólo fueron inventados para que nos atormentemos el uno al otro. Déjame en paz, mi querido inglés. Déjame en paz. Hagamos en cambio otra cosa. Nos casaremos cuando estemos en el cielo, pero en esta tierra ¡no! ¿Crees que la solución es mala? En nuestro hogar celestial, nuestr

La extraña muerte de Fray Pedro

En 1913, el nicarag ü ense Ruben Dario presenta este cuento, el cual relata la historia de un fraile que muere en nombre de la ciencia. Un ser pertubado por el maligno espiritu que infunde la ciencia, el cual fragmentaba sus horas coventuales entre ciencia y oracion, las disciplinas y el laboratorio que le era permitido. Con este texto, Ruben Dario, deja en claro que la fe es un acto de fidelidad, que se sobreentiende en el corazón sin pasar por la cabeza. “No pudo desde ese instante estar tranquilo, pues algo que era una ansia de su querer de creyente, aunque no viese lo sacrilegio que en ello se contenia, punzaba sus anhelos” Toda la historia tiene lugar en el cementerio de un convento, cuya visita va dirigida por un religioso. la guia advierte a sus seguidores sobre la lapida de Fray Pedro, personaje central del cuento. Un personaje “flaco, anguloso, palido” e incluso de espiritu perturbado cuya desgracia se veia venir con su sed de conocimiento. El fraile persuade a

Donna Tartt, el vuelo entre la alta y la baja literatura

Por su primer título,  El secreto  (1992), Donna Tartt  (Greenwood, Misisipí 1963) recibió un adelanto de 450.000 dólares (el equivalente sería hoy una cifra muy superior), caso insólito en alguien que no había publicado aún nada. Antes de salir el libro, un  extenso perfil aparecido en  Vanity Fair  predijo la fama de la autora, anunciando la irrupción en el panorama de las letras norteamericanas de una figura que supuestamente borraba la distancia entre la alta y la baja literatura. Confirmando las esperanzas puestas en ella por sus editores, “El secreto” vendió cinco millones de ejemplares en una treintena de idiomas. Las críticas fueron abrumadoramente favorables, aunque no hubo unanimidad con respecto al diagnóstico de  Vanity Fair.  La primera novela de Donna Tartt es un thriller  gótico que lleva a cabo con singular habilidad el desvelamiento de un misterioso asesinato perpetrado en el departamento de lenguas clásicas de Hampden College, institución universitaria de carácter