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EL SILENCIO DE DIOS

Ante la mirada de un Dios en el que creemos, claro sin la tácita presencia de alguien a quien podemos tocar físicamente, pero que si sentimos, el hombre solo puede contar consigo mismo, yuxtaponiendo el ancla de la fe, para actuar. Una actuación de aproximación contigua a nuestro ser comunicativo, que busca acciones comunes, pero de caracterizaciones no disimiles donde arrojar el ancla por no sentirse limitado a sí mismo. La incertidumbre permanece a pesar de la fe, como afirmará una vez Sören Kiergaard "Dios está precisamente presente desde que la incertidumbre de todo es pensada como algo infinito" . Tan al contrario de la conciencia tranquila kantiana, por llamarla de algún modo, que no tiene pregunta que hacerse, en la medida en que la ley moral procede únicamente del imperativo categórico ( actuar según una máxima susceptible de ser universal), sin excepción alguna a la regla, confrontando la conciencia del hombre kierkegaardiano la cual se encuentra reducida a sí misma y perpetuamente confrontada con dilemas.

Se puede decir que a falta de imperativo categórico que aplicar, a falta de libro de instrucción de la existencia, la angustia es nuestro único motor: sin angustia, remordimientos o desesperación, no nos distinguiríamos de las cosas inertes que nos rodean. La angustia no solo nos hace existir, sino que nos impulsa a actuar con la esperanza de poner término a este estado de incertidumbre. Que más estado de angustia le sobresalto a Jesús durante los momentos próximos a su cruxifición, se sumergió en un estado de condicción inhumana, donde la noche siendo la clausura de nuestros ojos, se la paso en un profundo orar, y recordando en conversaciones anteriores las pisadas de la muerte que asomaba sus ojos sobre El. Después de cenar, Jesús y sus discípulos se dirigen al Huerto de los olivos para orar, porque ya Jesús y mas que nadie, sentía la preocupación y angustia (Mc 14,33), llegando a exparcir la oración de la angustia "Padre, todo es posible para ti, aparta de mi esta copa, pero no sea lo que yo quiera, sino lo que tú quieras" Mc 14.36

Con el paso de los años, después de la muerte de Jesús, las naciones que han abrazado el cristianismo, en algún momento se ha sumergido en la angustia de ver llegar al Mesías, y todo esto motivado al estado de sitio, precariedad económica, afán desmedido de usurpación, implantación de reformas religiosas, establecimiento de credos absolutistas, que ha confinado a esos pueblos a actuar en base a la angustia, de hacer pasar esa copa de dolor que a diario los mira. No podremos olvidar la institución de la inquisición, Las cruzadas, La era de Torquemada, Los conflictos clientelistas de la iglesia con el Estado, el afán desmedida contra los herejes, entre otras cosas que hace afianzar más la angustia en los hombres de fe.

Es en medio de un estado desesperante donde Dios habla a cada individuo, pero en el mismo momento en que habla , se sirve del propio individuo para decirle, por medio de si mismo, lo que quiere decirle, no tan a la manera como lo dice Carlos Fuentes en su libro Inquieta compañia"Quizá, como el vampiro, Dios es un ser nocturno y misterioso que no acaba de manifestarse o de entenderse a sí mismo y por eso nos necesita". Por tal razón, no se puede argumentar de El. Cuando un persona teme a Dios, teme a lo que es más que él mismo, y después de este temor viene el temor de uno mismo: y la angustia, el paso estrecho, de este temor es la responsabilidad.


Angustia, desesperación, incertidumbre son caminos de extensiones astronómicas, donde el drama humano al verse sumergido en el lodo de la banalidad procrea situaciones adversa al espíritu, y que de ante mano, la humanidad con su historia, que no acaba de borrar el pasado latente en la vida del hombre moderno hace detener su actuar. Pero a todo esto, la fe, último reducto de nuestra agonía espiritual, alcanza proporciones de un recuerdo de esperanza en Dios la cual con nuestra propia fuerza se detiene a un centímetro, pero con la fuerza y poder de Dios nos hace saltar los oscuros lagos de desesperanza que hoy vivimos. No se trata de tener fe o conservarla, sino vivirla, de vivirla bajo la convicción de una relación entre dos, Dios y tu, dejando a un lado, claro respectando, la intromisión de personas que dicese tener esperanza en sus palabras, pero debajo de la manga traen la confusión y aniquilación de nuestra fe.

A pesar de la desesperanza que vive la humanidad, por la desigualdad de los pueblos, Dios aun sigue atento escuchando nuestro lamento, viendo la angustia, la desesperanza, la incertidumbre que nos atañe. Que el silencio de Dios, no es mas que un eco propagado en la vida del hombre que tendrá resonancia en su reino.


Alberony Martínez




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