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Maldita perfección


Este nuevo libro de Rafael Argullol, como su subtítulo apunta, es un ensayo entorno «al sacrificio y la celebración de la belleza». Preocupado desde siempre por las relaciones entre el hombre y la indagación artística en cualquiera de sus disciplinas como una vía hacia el conocimiento, nos propone esta vez un viaje a través de veintidós estaciones, en las que nos encontraremos, entre otros personajes y lugares, a Miguel Ángel, Honoré de Balzac, Goethe, Lucrecio, Dante, Thomas Mann, Victor Hugo, Montaigne, Shakespeare, Durero, Picasso, Nietzsche, Rilke, Dostoievski, Mantegna, la Cappella Sansevero, la nave Soyuz, la piedra del escultor, lo espectral, las montañas o el silencio. Un libro lleno de ecos convocados con sabiduría por uno de nuestros escritores más brillantes. 
«Tras un cuarto de siglo abriendo rutas transversales entre literatura, arte, filosofía y experiencia, Rafael Argullol se ha convertido en uno de los más cultos y osados exploradores de la condición humana contemporánea». Jordi Pigem, La Vanguardia

«Argullol es un cazador de trances estéticos en épocas de naufragio». José Ribas,
El Mundo 

AUTORRETRATO:
«REFLÉJATE A TI MISMO» 
«Conócete a ti mismo»: una vieja máxima cuyo prestigio ha perdurado, intacto, a través de los siglos. Nadie se atrevería a dudar de que ésta es, o debería ser, una de las mayores metas del hombre, si no la mayor, y así lo han recogido los sucesivos pensamientos filosóficos. Incluso cuando modernamente algunos han invertido la fórmula no han dejado, en el fondo, de corroborarla: «Huye de ti mismo» es otra forma de expresar el deseo de conocerse. Nadie, sin embargo, ha defendido que la sabiduría pudiera alcanzarse a través de lo que se insinúa en una frase como «Refléjate a ti mismo». Conocerse y reflejarse parecen soportarse mal mutuamente, con rumbos que marchan en direcciones opuestas, uno hacia el interior y el otro hacia el exterior. ¿Pueden realmente conciliarse ambos impulsos?
     La literatura nos da la pauta cuando los escritores hablan de ellos mismos, lo cual, elípticamente o no, sucede con frecuencia. Para ser más estrictos podemos circunscribirnos a la llamada literatura autobiográfica, con su complejo archipiélago de confesiones, memorias, misceláneas y diarios. ¿Qué poder de conocimiento propio albergan? Lo más probable es que pongamos esta pregunta en relación con su grado de espontaneidad, de sinceridad, de veracidad. En definitiva: de autenticidad. La respuesta es difícil porque entraña el problema de si la autenticidad no implica necesariamente la ficción, del mismo modo que el recuerdo está siempre determinado por la fuerza transfiguradora de la imaginación. Nuestra verdad supone, en todos los casos, el mito que hemos forjado acerca de nosotros mismos. Sea como fuere, partiendo de esta premisa, pueden aventurarse ciertas conclusiones acerca de la escritura autobiográfica.

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