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Burgueses imperfectos

La sociedad española, heredera del prejuicio que no admite disidencia o heterodoxia alguna en autores consagrados, sigue percibiendo a escritores como Josep Pla, Joan Oliver, Gaziel, José Ferrater Mora, Josep Maria Castellet, los hermanos Ferrater, Joan Margarit o Pere Gimferrer como si de veras hubiesen sido siempre canónicos: personas dóciles y obedientes, atadas a sus intereses egoístas o adaptados siempre al mejor postor o al interés más rentable. 
Para Jordi Gracia, en cambio, las mejores páginas de todos ellos contienen una rebeldía intraburguesa estimulante y transgresora al margen de su ubicación política a derecha o izquierda. Han sido burgueses, sí, exigentes con su clase, más irónicos que dogmáticos, más ecuánimes que sectarios, y por tanto «burgueses imperfectos». Su obra ha sido a menudo una forma de escapar a la moral dominante sin dejar de buscar su sitio en el sistema imperante: escribieron para desmantelar el buen juicio pragmático y la hipocresía defensiva. Han encarnado variantes diversas de la rebeldía resignada o de la insolencia amena; han actuado como ácidos sin efecto corrosivo pero sí correctivo y catártico. No los animó ningún redentorismo mesiánico, pero sí la convicción de que la dignidad ética de una sociedad pasa por decir la verdad, al menos a pequeña escala, en voz alta o baja, ascética o suntuosa.
Buena parte de estos autores han habitado confortable y felizmente una realidad catalana nutrida de cultura y literatura española sin sentirse defensores a ultranza de un patrimonio catalán limpio de adherencias o contagios españoles. No se han sentido leales a la retórica encendida de la Patria, ni de la Cultura, ni de Esencia alguna, sino fieles a la verdad moral lentamente obtenida. Ninguno de los autores tratados en este ensayo ha albergado sentimiento alguno de inferioridad por convivir con la literatura castellana en Cataluña; más bien la han habitado como un ámbito de debate, combate, rivalidad y afinidadades: un espacio vivo.
Prólogo a la edición castellana 
Este libro es en apariencia la traducción de un ensayo sobre la heterodoxia en las letras catalanas del siglo xx titulado Burgesos imperfectes, publicado en catalán en La Magrana en 2012. En la práctica, se ha convertido en un libro distinto porque he hecho numerosos cambios, que resumo así: he eliminado dos capítulos, he reescrito íntegramente el primero y más largo, «Una tradición desprotegida», y he redactado de nuevo el epílogo abreviándolo. 
Hoy no ha perdido el sesgo político, pero ha ganado coherencia con respecto a lo que se propone el libro como tal: una mirada interpretativa a las formas de disidencia intraburguesa en las letras catalanas del siglo xx.
Este libro, sin embargo, no se ocupa de política, sino de la relación de los intelectuales con los discursos mayoritarios, los prejuicios efectivos pero invisibles, las opiniones compartidas por una sociedad: las creencias, los valores, los pactos tácitos de una clase de poder. Intenta detectar los impulsos disidentes o heterodoxos que aportaron un puñado de escritores a lo largo del siglo xx desde la acritud, el humor, la severidad o la lírica, todo a la vez o cada uno por separado. En buena medida, actuaron como agentes desestabilizadores o guerrilleros éticos contra su propia clase, contra su cobardía, su egoísmo, su miedo, su fe obtusa o su sumisión natural.
A pesar de ello, nadie asigna hoy ese papel a ninguno de los autores centrales de este libro porque han pasado ya por encima de ellos, a veces pisoteándolos, los protocolos de beatificación cultural de las sociedades desarrolladas. Los necesitan cepillados, banalizados y limpios, pasados por la secadora y planchados al vapor. A mí, sin embargo, me parecen mucho más estimulantes cuando todavía van despeinados y sin afeitar, con la ropa arrugada y algún lamparón; cuando no les ha pasado por encima un plan de estudios o una placa con su nombre en la biblioteca del pueblo. Por eso quizá la propuesta más invisible de este libro es también la más ambiciosa: restituir a sus autores el valor heterodoxo que tuvieron en su momento, como voces disidentes fuera de control e imprevisibles. Mi objetivo es rehabilitar ese significado cuando la posteridad o la consagración oficial todavía no les ha impuesto la rigidez del almidón.
Prácticamente todos los autores que he elegido son canónicos: ninguno de ellos obedece a parámetros de subversión o rebelión evidentes, y tampoco han sido transgresores o impugnadores taxativos del orden. Sin embargo, se sitúan y se situaron muy a menudo como observadores aprensivos de las manías y prejuicios de su sociedad, de su tiempo y de su clase. Se atrevieron a ensayar variaciones de un talante ético que los separó de los valores mayoritarios o los colocó en posiciones marginales, a pesar de que hoy ocupen posiciones centrales. Precisamente ahí reside el espejismo. El magisterio que les asigna la actualidad no consagra su valor originario de rebeldía o insumisión, sino lo contrario: cloroformiza su papel y difumina etapas muy beligerantes de sus biografías intelectuales.
Mi propuesta es explicar sus salidas de tono y sus irreverencias calculadas, su capacidad para mantenerse lejos de los prejuicios de la tribu o para asumirlos sólo fingidamente. Me atrae la continuidad intermitente de un talante dispuesto a correr el riesgo de eludir la norma y el dogma del momento, sin repudiar las normas de la sociedad a la que habla ni desde luego cortar los canales de comunicación: son disidentes integrados en los circuitos de su misma clase, comunidad o entorno cultural.

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