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Cinefórum con Carlos Fuentes

Un domingo de literatura convertida en ópera y adaptada al cine, bajo el título de La bohème, nació Carlos Fuentes. Y a punto estuvo de hacerlo en la sala de cine Belisario J. Porras de Ciudad de Panamá a donde sus padres asistían, aquel 11 de noviembre de 1928, por sus dos grandes pasiones: ópera ella y cine él, tras Puccini ella y tras King Vidor él. Dos artes que serían las vidas paralelas de aquel bebé, porque Fuentes se decantaría por la que dio origen a aquella película, el mundo de la literatura representado aquel domingo en la novelaEscenas de la vida bohemia, de Henri Murger, en la que se basaba la cinta que había llevado a sus padres a ese cine tropical.

Son secuencias de vida que Carlos Fuentes recoge en el libro Pantallas de plata (Alfaguara) que se publicará este 16 de octubre. Es la tercera obra póstuma del escritor mexicano (1928-2012), tras la novelaFederico en su balcón y Personas, retratos de personajes que conoció. Solo que aquí, en Pantallas de plata,uno de los autores fundamentales del español, desde 1958 cuando publicó La región más transparente, comparte su pasión por el cine, por los espacios donde se proyectan las películas, por las actrices, actores y directores, por los géneros cinematográficos. Fuentes cuenta todo eso con el entusiasmo de quien acaba de salir de ver un filme que le ha encantado.
Es la herencia de su padre que de niño lo llevaba dos veces por semana a ver una película. Pantallas de plata es su legado a ese arte y a los cinéfilos, esparcido de información, recuerdos, sentimientos e historias que lo hicieron feliz y que refleja en flases como estos:
“Era natural que los actores renunciaran a una personalidad cotidiana compartida con millones de ciudadanos para asumir la de los caracteres que les ofrecía la pantalla”.
“El cine mudo no era solo tragedia y sensualidad: era risa”.
“Las comedias musicales de Astaire y Rogers ocurren en un mundo fantástico, inexistente salvo en los sueños más delirantes del art-decó, que debe su actualidad a estas películas”.
“Único en su estilo –creador de un estilo-, Cary Grant tenía una gran facilidad para pasar de la comedia al drama, de la situación jovial a la angustia desesperada, del amor de salón a la pasión más serena y voluptuosa a la vez”.
La mirada artística de Fuentes también baja a las zonas más terrenales de las estrellas. Ahí están sus comentarios sobre Clark Gable y su origen de “amante contratable”, “todo para alcanzar la fama de lo que en potencia era sin dejar de ser lo que en verdad fue”. Las divas, esas mujeres inalcanzables que hacían soñar, ocupan un lugar especial en estas memorias.
De Bette Davis, su actriz favorita, dice que batió un récord con 49 películas exitosas, una tras otra, y recupera una de sus frases en Cabin in the Cotton (1932): “Quisiera besarte pero acabo de lavarme el pelo’. Una frase que podría extenderse a su vida personal y a la sucesión de maridos pasajeros”, escribe el autor. De Greta Garbo rescata la anécdota cuando Gore Vidal le preguntó si era cierto que ella había dicho que quería estar sola, a lo que ella contestó: “No. Dije: ‘Quiero que me dejen sola”.
Sus amigos editores de la revista Look lo invitaron a conocer el apartamento de Joan Crawford en Nueva York: “La actriz frisaba el medio siglo y era, en efecto, baja de estatura y ancha de hombros. El rostro no me extrañó. Lo conocía por las películas pero no me esperaba una línea facial tan dura y tan insegura, como si la necesidad de cierta frialdad profesional fuera el requisito para disfrazar una profunda herida social”.
Las estrellas se cruzan con los directores en estas páginas: “Capra mismo, sin los alicientes del tiempo, perdió la brújula y se desvaneció en un cine comercial insignificante, al servicio de las estrellas”. De Lubitsch, uno de sus favoritos, describe la manera en que evadía “el puritanismo no-escrito de Hollywood y el Código Hays gracias a las puertas que se abren y cierran, a lo que ocurre detrás de ellas. Todo debe imaginarse “en un menage-a-trois, la delicuescente relación de dos mujeres y un hombre (Kay Francis, Miriam Hopkins y Herbert Marshall en Trouble in Paradise; Gary Cooper, otra vez Miriam Hopkins y Fredric March en Design for living)”.
Cuando el escritor iba a México siempre veía películas. Por eso se atreve a escribir que “después de estos años de gloria y miseria, de arte e idiotez, el cine mexicano, dominado por viejos que negaban la entrada a los jóvenes, rejuveneció al cabo gracias a Juan Ibáñez, Arturo Ripstein, Alejandro González Iñárritu, Guillermo del Toro, Rodrigo García, Carlos Reygadas”.
Infidencias no faltan. Cuenta que en 1977 fue miembro del jurado del Festival de Cannes presidido por Rossellini. El director del festival, Favre Le Bret, invitó a cada miembro del jurado a comer con el mensaje sutil de qué película quería que ganara: Una jornada particular, de Ettore Scola, producida por Carlo Ponti e interpretada por Sophia Loren y Marcello Mastroianni. Al final, eligieron Padre padrone, de los hermanos Taviani. Y “la furia de Le Bret no tuvo límites”.
En medio de todo esto, el mismo Fuentes trabajaría en el cine, como guionista de obras propias o adaptadas, entre los años 50 y 60. Él mismo conocería y entablaría amistad con personas del mundillo. Él mismo vería algunos de sus libros llevados a la pantalla de plata. Él mismo, con su esposa Silvia Lemus, veía casi todos los días una película.
Cierra los ojos, para volver a ver, pide Carlos Fuentes: “Todos esos ojos enormes que al mirar hacia la oscuridad te miran a ti. Ojos de incendio nocturno de Pola Negri. Ojos de laguna envenenada de Gloria Swanson. Ojos de orgasmo nómada de Greta Garbo. Todas esas cabelleras que al ser acariciadas por un galán cinematográfico son acariciadas, vicariamente por ti…”.
El Pais

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