Terminó el encuentro de nuevos narradores que organizaron la editorial Seix Barral y la Fundación José Manuel Lara, y Sevilla queda ya muy lejos. Se había escuchado durante alguna de las jornadas anteriores el topicazo de que la crítica no sirve para nada, pero estrictamente fue ayer el día que se había establecido para tratar de este género tan desprestigiado. Podía haber resultado un asunto enojoso, pero reinó el buen humor. Acaso siguiendo la práctica de muchos novelistas, que tanto petróleo han sacado de la muerte de la novela, los críticos proclamaron ayer que la que estaba de verdad muerta era la crítica. Así que decidieron enterrarla.
El viejo afán de elaborar argumentos para defender el propio gusto, la búsqueda de relaciones entre unas obras y otras más lejanas o anteriores, la exploración del contexto en el que se producen y de las referencias biográficas o generacionales de quienes las han producido, la voluntad de descubrir el motor que alimenta una pieza determinada y las estrategias formales que despliega, el complicado desafío de razonar unas preferencias y de establecer una jerarquía de valores, el arriesgar unas señales para no perderse en la selva de títulos que aparecen cada año… Cultivar, en definitiva, el espíritu crítico heredado de la Ilustración. Todo eso ya no sirve.
No sirve en un mundo donde todo vale. Así que hicieron bien los críticos, y todos los demás que los acompañaron, en enterrarla para que así descanse en paz. Junto a la novela. No es mala fórmula para que permanezca y para ahorrarse los habituales exabruptos de autores y editores que la denostan y que luego la celebran si el balance luce a su favor. Dos veteranos del oficio, Juan Ángel Juristo y Luis García Jambrina, fueron los que tuvieron que abrir un debate en el que se veían ya fulminados por el peso incombustible del lugar común. Pero fue un narrador, Ricardo Menéndez Salmón, el que empezó defendiendo la importancia de la crítica y reconociendo cuánto lo había ayudado para elegir sus lecturas. Como lo que dijo fue bastante sensato (son imprescindibles argumentos que ayuden a deambular por esos escaparates repletos de novedades), lo que los otros críticos (Toni Montesinos y Jordi Carrión) hicieron, junto a todos los demás, fue coger las palas, llenarlas de tierra y cubrir cuanto antes el cadáver. Y así se pudo empezar a hablar con un poco de sentido común.
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