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Francia bendice la literatura de “sabio loco” de César Aira

Cualquier porteño podría ver aCésar Aira (Coronel Pringles, Argentina, 1949) en su laboratorio levantar día a día una de las obras más rompedoras, influyentes y caudalosas del idioma español. Basta con ir al barrio de Flores, el mismo del Papa, y sentarse en algún café. Aira llegará a media mañana tras montar en bicicleta por las bicisendas de la ciudad. Desenfundará alguna de sus numerosas plumas y comenzará a escribir “pensando cada palabrita”, con una letra pequeña, ordenada, incisiva. Para él, la literatura es una investigación. Pero no la del científico, según sus palabras, “sino la de un sabio loco o de un niño que juega al químico y mezcla dos sustancias para ver qué pasa”.
Aira sigue divirtiéndose como el primer día que comenzó a escribir. Mezcla, improvisa, se deja llevar y busca. Así nacieron Los fantasmas (1990), La liebre (1991), La guerra de los gimnasios (1992), Ema, la cautiva (1997), El mago(2002) o Artforum (2014), hasta sumar cerca de 80 títulos entre novelas, ensayos y relatos. Esa obra le hizo acreedor la semana pasada del Premio Roger Caillois de Literatura Latinoamericana, que recogerá en diciembre en París. El año pasado, lo ganó la mexicanaCristina Rivera Garza; en 2012, el colombiano Juan Gabriel Vásquez, y en 2011, el cubano Leonardo Padura.
“Este premio viene a confirmar lo que ya sabíamos: que Aira es uno de los escritores más brillantes de Latinoamérica”, explica Francisco Garamona, editor de la editorial argentina Mansalva. “Es una buena oportunidad también para que su obra siga expandiéndose por el mundo. Nosotros estamos por sacar su nueva novela, que se llama Biografía y que es un libro increíble de unas 120 páginas”, añade.
Cuando sus hijos eran chicos, Aira vivía con su esposa en un departamento muy pequeño. Se acostumbró a ir a un café a escribir. Y, como Buenos Aires sigue siendo una ciudad de café, “bendita sea”, los hijos se marcharon de casa y la costumbre de los cafés se quedó para siempre.
La ensayista Graciela Speranza, autora de Fuera de campo. Literatura y arte argentinos después de Duchamp (Anagrama), comentaba en una entrevista publicada en 2006 que, mientrasBorges aspira a la “perfección del proyecto, del estilo propio, de la obra única y total”, Aira aparece como “un gran antídoto contra la tiranía del proyecto, las constricciones compositivas, el fetiche del estilo”.
Pocos escritores se atreven a hablar de su propia obra como lo hizo él de la suya en una entrevista publicada en La Nación en 2009: “Mis finales no son tan buenos. Muchas veces me los han criticado, con razón, porque son un poco abruptos. Y yo he notado que a veces me canso o quiero empezar otra historia, y termino de cualquier manera”.
Escribe solo una página por día. Pero eso le da para publicar en su país varias novelas breves o “novelitas”, como las llama. En Argentina, las publica en editoriales pequeñas (Mansalva, Eloísa Cartonera, Belleza y Felicidad) o casi artesanales (Blatt & Ríos), lo cual equivale a decir que las regala, que no cobra nada. Vive de los derechos que le reportan sus libros en el extranjero. Y vive bien. No tiene coche, la pasión de su vida sigue siendo la escritura y su principal fuente de inspiración es la lectura.
“Publicar en las pequeñas editoriales argentinas es una forma de compromiso para él”, resalta el editor Francisco Garamona. “Dándonos sus libros hace posible que nosotros podamos seguir publicando a autores nuevos”.
Se da la paradoja de que el premio ayuda a consagrar a uno de los grandes desacralizadores de la literatura. Pero César Aira huye de su estatua. Las distinciones no parecen alterar su forma de vida ni su producción. Ayer acudió a su café, como uno más de los miles de porteños que cada día pueden verse escribiendo y leyendo en una ciudad hecha con un café en cada esquina.
El Pais

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