A fin de alistarnos en la materia de la fe, la libertad y autonomía de pensar que subyace en cada uno lo que quiera y a quienes debemos considerar como fieles de la religiosidad, aunque sean de distinta opinión, hay que determinar qué es la fe, ese granito de letras, que ha sido herramienta del devenir religioso durante siglos. A fragmentar los rasgos escriturísticos, debemos partir en definir diciendo que radica simplemente en pensar de Dios tales cosas, que ignoradas, destruye la obediencia a Dios, y que, puesta esta obediencia, se las presupone necesariamente.
Los hombres pueden, no obstante, equivocarse por sencillez de su espíritu, y la Escritura no condena, por su ignorancia, sino solo la contumacia y terquedad. Aun mas, esta se deriva necesariamente de la sola definición de la fe, ya que toda sus partes puede ser deducidas, a menos que metamos o enclavemos de por medio nuestros gustos, a partir del fundamento universal. Ahora bien la fe no exige expresamente dogmas verdaderas, sino los necesarios para la obediencia, esto es, tales que confirmen el animo en el amor al prójimo, ya que solo por él ( por hablar de Juan) cada uno está en Dios y Dios está en cada uno.
La fe de cada individuo debe ser tenida por piadosa o impía únicamente en razón de la obediencia o de la contumacia y no en razón de la verdad o falsedad, y como nadie duda que el temperamento humano es de ordinario muy variado y que no todos se contentan igualmente con todo, sino que las opiniones tutelan de diversa forma a los hombres, puesto que las que suscitan en uno devoción, despiertan en otro la risa y el desprecio, se sigue que a la fe universal, no pertenece a ningún dogma sobre el que pueda darse alguna controversia entre los hombres honrados. Los dogmas controvertidos pueden ser piadosos para uno e impíos para otros, ya que hay que juzgarlos únicamente por las obras.
Por tal razón, la fe no exige tanto la verdad cuanto la piedad y sólo es piadoso o salvífica en razón de la obediencia, y que por consiguiente, nadie es fiel mas que por la obediencia. Por tanto quien muestra la mejor fe, no es necesariamente quien muestra las mejores razones, sino quien muestra las mejores obras de justicia y caridad. Cuán saludables y necesarias son estas doctrinas en la Iglesia y Estado para que los hombres vivan pacíficamente y en concordia, y cuántas y cuán grandes causas de perturbaciones y crímenes evita, lo dejo al juicio de todos.
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