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Diez palabras con Carlos Fuentes

Diez palabras con Carlos Fuentes


Carlos Fuentes, en entrevista
Siguiendo el esquema de su libro "En Esto Creo", un libro muy hermoso sobre una serie de palabras que usted va definiendo como su diccionario personal, quiero orientar así esta entrevista y girar alrededor de algunas palabras y de lo que para usted significan.

Por supuesto quiero empezar con la palabra escritura, ¿usted por qué empezó a escribir?

Mire, se pierde en la noche de mi infancia, porque yo empecé a escribir a los siete años, imagínese. Vivíamos en Washington, en una casa de departamentos, y yo hice una revista personal mía con dibujos, comentarios, críticas de cine, noticias, y dibujada a mano.

Y la pasé de piso en piso, de departamento, regresó muy borrada. No hubo comentarios, pero yo ya sabía desde ese momento que iba a escribir, que era lo que me gustaba.

¿Por qué ese impulso inicial de ser escritor? Vargas Llosa, por ejemplo, dice que es como una necesidad, un desacuerdo que hay entre el escritor y el mundo y una necesidad como de rehacerlo.

A los siete años no lo sabía yo, mire, también hay genes. Yo tengo un tío que se llamaba como yo, Carlos Fuentes, veracruzano, un excelente poeta, tenía una revista literaria, escribía muy bien, murió a los 21 años.

Y yo creo que algo de sus genes me pasaron a mí o mi padre me impulsó de una manera misteriosa que yo cumpliera el destino de su hermano muerto, yo creo que algo de eso hubo.

Pero el hecho es que publiqué a los 11 años mi primer cuento en el boletín del Instituto Nacional de Santiago de Chile y a partir de entonces ya nunca dejé de escribir.

¿Le apoyaron en su familia?

Mucho, mucho. No recibí más que apoyo.

¿Tuvo algo que ver en el deseo de escribir, la infancia transhumante que usted vivió?

Fuentes, en México, 1959
Hay que tener horarios, hay que ser muy serio y saber que todos los días hay que ejercitar el oficio o se pierde.
Sí y no, porque hay muchos diplomáticos que no saben ni escribir su nombre. En mi caso, fue lo que fue. Siempre disfruté mucho la escuela, disfruté mucho los idiomas, el hecho de cambiar de escuela...

Vivimos ocho años en Washington, pero en los veranos iba yo a la escuela en México para no perder el español, para estar en contacto con mis abuelas, que eran grandes novelistas, de esas que le cuentan a uno todo el pasado.

Entonces, nunca dejé de estudiar, nunca dejé de leer y doy gracias de eso.

Me imagino que hubo dudas al principio en el oficio de escritor. ¿Hubo algún momento que usted pueda identificar en el que dijo "soy escritor"?

Sí, cuando una noche estaba yo escribiendo, tuve una especie de temblor, empecé a darle de manotazos a la bombilla de la luz eléctrica para crear un mundo totalmente irreal, expresionista, de sombras, que pudiese yo trasladar a la escritura, y así nació uno de los primeros cuentos que escribí.

Es un cuento inédito, es un cuento de los 16 años. Pero en ese momento sentí la sensualidad de escribir, el vértigo de la escritura. Creo que en ese momento lo sentí y, claro, ya nunca paré.

¿Es cierto que se convierte en una especie de adicción?

¿No es una palabra muy fuerte? Yo soy más modesto. Es una profesión.

¿Pero sigue escribiendo todos los días?

Todos los días, sí, a menos que esté en un viaje o algo. Y aún así yo escribo en aviones, escribo en hoteles, escribo en playas. No hay pretextos para no escribir.

He visto tantos talentos en América Latina, en México, caer por falta de disciplina. ¿Por qué no se sientan a escribir? Porque prefieren estar hablando en el café, finalmente, o se meten en la política, lo que usted quiera.

Carlos Fuentes, México 1994
...voy a regresar a la sensualidad de tomar un cuaderno, con papel, sacar una pluma, con tinta. Escribir del lado derecho, corregir del lado izquierdo, y sentir que soy dueño de lo que escribo.
Y son grandes talentos que se frustran y yo siempre he dicho que la disciplina es esencial para el escritor. Es un oficio, finalmente.

Es como poner ladrillos o construir una mesa. Hay que tener horarios, hay que ser muy serio y saber que todos los días hay que ejercitar el oficio o se pierde.

¿Y es verdad, como dicen Vargas Llosa y García Márquez, que usted simplemente escribe con dos dedos?

No, escribo ahora con pluma. Ellos me veían escribir así y vieron mis dedos chuecos, mire usted como quedaron, pero ya dejé eso porque no sé escribir más que en pluma.

Como se pasó de las viejas máquinas que queríamos tanto, la Royal, por ejemplo, a una cosa mecánica, eléctrica, que me equivocaba yo mucho, dije, voy a regresar a la sensualidad de tomar un cuaderno, con papel, sacar una pluma, con tinta.

Escribir del lado derecho, corregir del lado izquierdo, y sentir que soy dueño de lo que escribo y que no dependo de ninguna cosa mecánica, de manera que así vengo haciéndolo por lo menos desde hace 20 años.

¿Y tiene algunos otros hábitos como ese?

Pararme de cabeza, no.

¿Ni escribir de pie como Hemingway?

No, ni escribir de pie. Yo soy una persona bastante disciplinada, me levanto temprano, a las seis y media de la mañana. Me baño, me hago mi desayuno y a las ocho empiezo a escribir. De ocho a doce escribo todos los días.

Otra palabra que está muy cerca de la palabra escritura es la palabra lectura. Me imagino, como todo escritor, que dedica mucho tiempo a leer. ¿Cuáles fueron las lecturas que más lo impactaron en la infancia?

Sabe que tuve la gran fortuna de crecer en dos culturas. Una que estaba en los Estados Unidos y en México.

En los Estados Unidos se leía en aquella época novelas para jóvenes, que eran las historias de los Dixon Boys, yo creo que nadie las lee, "Nancy Drew, Detective", cosas muy americanas.

Y en México se leían cosas que no se conocían en los Estados Unidos, los cuentos de "Las tardes de la granja", se leía mucho "Corazón", el diario de un niño, de Edmundo d'Amicis.

Se leían las novelas de pirata de Emilio Salgari, "El Corsario Negro", "Yolanda, la Hija del Corsario Negro", cosas que eran desconocidas en los Estados Unidos.

¡Ay, señor Presidente! ¿Cómo se me va a olvidar lo que usted me dijo...?
El autor lee un extracto de su última novela, La Silla del Águila
Pero luego había las lecturas comunes a las dos culturas, que eran Julio Verne, Alejandro Dumas -Los Tres Mosqueteros-, Mark Twain, Robert Louis Stevenson. Esos cuatro escritores cruzaban las fronteras. Otros eran propios de las culturas nada más.

Y para su oficio como escritor, ¿cuáles son los escritores que usted cree que más lo han influido y que más le han enseñado?

Con los que me he ido quedando. Desde luego que lee uno los clásicos y ahí está todo dicho.

Las tragedias griegas son las situaciones básicas de la narrativa, ahí están todas, tenemos que volver a eso una y otra vez.

Pero como influencias claras en mi quehacer literario ya más maduro creo que está Balzac, lo leí mucho, mucho.

Está Faulkner, con quien me identifiqué mucho por el barroquismo, que me lo asociaba mucho con mi propia lengua, con Góngora y poetas... Quevedo. Y desde luego, Cervantes, que es la base de todo.

Esa es la otra palabra que quería mencionarle, Quijote, ¿lo sigue leyendo todos los años?

Todos los años y lo leo siempre como si fuera la primera vez. Siempre lo descubro de nuevo, descubro cosas que antes dije ¿porque se me pasó esto? ¡Qué novedad!

Pero me imagino que, a medida que el hombre ha crecido también ha crecido esa comprensión de El Quijote y es distinto lo que le ha dicho cuando era un niño a lo que le dice ahora.

Molinos en La Mancha
El Quijote es una novela que se puede leer todos los años y se puede regresar a ella. Una gran novela no depende de qué pasó, sino de cómo sucede.
Hay libros que uno ya no puede volver a leer. Hablaba con un amigo inglés muy querido, Hugh Thomas, el historiador, y le dije: "¿Te has atrevido a leer otra vez el Conde de Montecristo?, es una novela que adoramos, ¿no?".

A mí me impresionan las grandes novelas, pero no me atrevo a leerla porque no quiero romper la ilusión de haberla leído cuando tenía 17 años.

En cambio El Quijote es una novela que se puede leer todos los años y se puede regresar a ella. Una gran novela no depende de qué pasó, sino de cómo sucede.

Y siempre se encuentra la novedad de una gran novela. Uno sabe muy bien lo que va a pasar en El Quijote, lo que va a pasar en La Guerra y la Paz, Crimen y Castigo, uno las puede releer siempre, porque no las agota una sola lectura ni tres ni cuatro.

Siempre se regresa a una fuente de la imaginación, del verbo, a una serie de dudas, de novedades que no había uno pescado en la primera lectura, que eso es lo que convierte un libro en un gran libro.

Volvamos un poquito al tema de la escritura. Usted es uno de los pocos escritores latinoamericanos que se mueve muy comfortablemente en la novela, en el ensayo y en el cuento, y en los tres ha hecho grandes obras, ¿es muy difícil eso?

No, no, para mí no lo es, desde luego. No me hago violencia. Y hago periodismo, mucho también, de manera que no, para mí no es ninguna violencia, paso con mucha facilidad de un género a otro.

Pero, por ejemplo, usted cuando escribe una novela, ¿no escribe ensayo al mismo tiempo, tiene que compartimentar eso?

No, no, lo hago todo al mismo tiempo. Cuando estoy escribiendo una novela larga, cosa que toma a veces años, le dedico las mañanas, y luego las tardes yo leo, y si tengo un ensayo, una conferencia, periodismo, lo hago ya de noche.

Porque es más fácil, porque me aviento una, tres, cuatro cuartillas para el periódico, o veinte para una conferencia, con más facilidad.

En cambio hay que estar muy alerta y yo funciono bien de mañana, entonces hay que estar alerta para la literatura, para la creación, en las horas de la mañana, es como yo trabajo.

Otra de las palabras es la palabra tiempo, el enigma del tiempo, que es uno de sus grandes temas. El pasado siempre presente y algo que usted dice, el tiempo en realidad no cambia, es simultáneo. ¿De dónde le viene a usted, porque le viene esa inquietud?

Porque soy mexicano. En México es muy fácil darse cuenta de esto porque coexistimos con una cultura muy antigua que no tiene más posibilidad de ser que ubicar su pasado en el presente.

Es decir, estamos aquí. Los indígenas tienen una idea temporal que no es la del occidente propiamente, sino que es una visión simultaneísta, en la que estar en el momento actual es estar en el más remoto origen y además es proyectarse al futuro más lejano.

Entonces, esto lo encuentro yo en Faulkner también, por ejemplo. Cada instante en Faulkner es el instante preciso del presente, que es el único lugar que tiene el pasado, como memoria, para existir, y el futuro, como deseo, también para existir. De manera que todos vivimos en el presente, en el fondo.

Usted ha tratado de reflejar eso en su novela a través de la técnica, ¿está satisfecho con lo que ha conseguido?

No, que va, uuuh! Le desafío a que me encuentre un escritor que le diga que está satisfecho con lo que ha hecho. No, si por eso escribe uno todos los días, porque no está satisfecho ni de sí mismo, ni de su obra, ni del mundo.

¿Y estaría dispuesto, por ejemplo, ahora a intentar una novela de la envergadura de Terra Nostra, una novela total?

No porque eso me tomó 10 años. Ya no tengo 10 años por delante.

¿Y cree que se está intentando ahora? ¿Cree que en América Latina o en otras partes se esté intentando ese tipo de novela total?

Cómo no. Si usted ve una novela, digamos como En Busca de Klingsor, de Jorge Volpi, pues es una novela muy amplia, de gran respiración, totalizante.

Eso no se pierde, son señales de camino que se erigen de tiempo en tiempo. Rayuela, La Guerra del Fin del Mundo, Cien Años de Soledad, son obras largas y que señalan un hito en el camino para el autor y para el lector también.

Usted mencionaba México, esa es la otra palabra. ¿Qué es México para usted ahora?

Diez obras de Fuentes
La Silla del Águila (2003)
Instinto de Inéz (2001)
Los años con Laura Díaz (1999)
La frontera de cristal (1995)
Gringo Viejo (1985)
Terra Nostra (1975)
Cambio de piel (1967)
La muerte de Artemio Cruz (1962)
Las buenas conciencias (1959)
La región más transparente (1958)
Un enigma, siempre será un enigma, por fortuna, ¿no? Cuando encuentro gringos que dicen que entienden muy bien a su pais, y el mío de paso, me muero de la risa, porque yo nunca entenderé totalmente a México.

Es un país muy enigmático y qué bueno que es así, porque eso nos mantiene alertas para descifrar constantemente el enigma de México, el misterio de México, para entender el país que es un país muy, muy barroco, muy complicado y muy sorprendente.

Con contrastes brutales, como sabemos todos, entre pobreza, riqueza; ignorancia, sabiduría; pasado, presente, porvenir, es un país de por sí muy apasionante, muy atractivo, a veces muy desesperante, también.

México nos lleva inevitablemente a la palabra hogar. Usted ha sido transhumante, como decia ahora, desde muy pequeño, ¿se siente usted como en su hogar en algún lado?, ¿hay algún sitio...?

En todas partes, sí, sí, en todas partes...

¿Hay un lugar en especial que usted...?

Sí, hay lugares preferidos. Yo, aunque me parece terrible la Ciudad de México, porque lo estrangula a uno, le exige demasiado y se ha vuelto muy difícil, pues siempre tengo una memoria de mi niñez, con mis abuelas.

Era una ciudad muy diferente, de casas bajas, color de rosa, color azul añil, un aire muy transparente. Ya no es, ahora está el smog. Pero, pues sí, esa es mi ciudad.

Pero también es mío Santiago de Chile, porque crecí ahí, Buenos Aires, son ciudades que pertenecen a mi vida, a mi infancia.

Y luego las ciudades que he escogido ya de una manera más voluntaria en Europa. Pero si tuviera que escoger tres ciudades que realmente han sido formativas para mí, han sido México, Santiago y Buenos Aires.

Cómo no me voy a reconocer en América Latina, si es obra nuestra. Nosotros hacemos la historia, no la hace la providencia.
Aunque viví mucho en Washington, nunca me sentí parte de la ciudad, menos ahora que se ha convertido en una ciudad francamente fea, una ciudad de monumentos helados, burocrática, en que además, y esa es mi culpa, todo lo que yo veía grande cuando tenía 10 años, se volvió chiquito.

Los parques eran inmensos, ahora son pequeños, las avenidas eran grandes, ahora se han estrechado. Todo lo que uno ha visto grande de niño, se vuelve pequeño de viejo, entonces hay que cambiar de lugar.

Pero curiosamente las ciudades que menciona son ciudades en que vivió mucho su infancia: México, Santiago...

Sí, son las ciudades formativas, finalmente.

En el tema de hogar también hay que hablar de América Latina. Esa generación suya, la generación del "boom", esa generación fabulosa, también vio cambios fabulosos. Le tocó la revolución, le tocó después en los 70 la dictadura, está viendo lo que es ahora el crecimiento de la democracia. ¿Se reconoce usted en esa América Látina?

Claro que sí, me reconozco cien por ciento. Es la que hemos hecho nosotros, cómo no me voy a reconocer, si es obra nuestra, de los ciudadanos latinoamericanos, de los hombres y mujeres de la América Latina. Nosotros hacemos la historia, no la hace la providencia.

¿Y se arrepiente de algo personalmente o de algo generacionalmente?

Si, pero no se lo voy a contar, imagínese.

Entre la nueva generación de escritores de América Latina, ¿hay algunos que usted vea como los herederos de su prosa?

Yo creo que hay una continuidad muy grande. Siempre se habla del "boom" con una palabra de explosión, muy expresiva, pero no es cierto.

El llamado "boom", que es mi generación, hereda a grandes escritores como Alejo Carpentier, Borges, Asturias, Onetti. Nos preceden los grandes poetas Vallejo, Neruda. Son parte de nuestra formación, vienen antes de nosotros, y toda la literatura.

Fuentes y Saramago
La amistad es el puente que nos permite pasar del hogar, de la familia, al mundo, es a través de la amistad que logramos ese pasaje.
En la imagen, con el escritor portugués José Saramago
Una vez le preguntaron a Alfonso Reyes ¿y qué influencia encuentra usted en Juan Rulfo, este escritor que acaba de aparecer?, y dijo: dos mil años de literatura.

Es lo que hay detrás de cada escritor, de manera que hay una continuidad. Y después del "boom", pues hubo el "miniboom", el "babyboom", cuántos "booms", y ahora hay en México la generación del "crack", que ya podrían ser mis nietos, son escritores de entre 30 y 40 años.

¿Y cree que son dignos de esa generación como la suya?

Ah, cómo no, hay muy buenos escritores, está Volpi, a quien hemos mencionado, está Padilla (Ignacio), está Javier Velasco, con El Diablo Guardián, que es una novela muy interesante, muy fuerte.

Está Pedro Ángel Palau, un escritor muy fino, muy variado, está Cristina Rivera Garza, de manera que es una generación muy interesante y de muy buenos escritores.

Otra palabra que quiero mencionar y ya para ir redondeando esta parte de la entrevista personal es la palabra amor. ¿Qué significado tiene para usted ahora esa palabra? Usted ha escrito muy hermosamente sobre eso, sobre la amistad, sobre el amor.

La amistad, yo siempre he dicho, es el puente que nos permite pasar del hogar, de la familia, al mundo, es a través de la amistad que logramos ese pasaje.

El amor lo definía aquí el otro día, en un periódico inglés, The Independent on Sunday, como el más perfecto egoísmo compartido que se ha inventado.

No puede ser totalmente uno, en una especie de egoísmo total, con la pareja, y eso es lo más bello que hay, no hay nada mejor en el mundo que eso.

La última palabra no es una palabra que uno asocie muy a menudo con usted, es la palabra tristeza. ¿Qué le dice a usted esa palabra?

Me dice muchas cosas. Me dice pérdidas de gente amada, sobre todo. Ahí radico la tristeza.

Suplemento extraido de la BBC Estudio 834




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