Ir al contenido principal

Pisando ceniza

Las cosas solo suceden a quien sabe contarlas, dice el narrador de este libro. Ese narrador que es un joven librero, dedicado en el Madrid plomizo de los años 70 a vender libros prohibidos en una trastienda de la calle Génova. El mismo narrador que es también el editor del poeta José Bergamín, con quien recorre España a bordo de un descapotable amarillo, a punto siempre de matarse por las curvas de Despeñaperros, siguiendo a un gitano torero que se llamaba Rafael. Y también el narrador que es un niño y luego un joven y luego un hijo pródigo en su pueblo de Burgos, oyendo las historias de los viejos en la taberna, y los recuerdos engarzados de su madre ante la tumba de su hermano.

Ese narrador que pisa el bosque quemado alrededor de la casa de su infancia es Manuel Arroyo-Stephens, librero y editor impar, escritor sentimental hasta donde lo permite la anglofilia, fundador de esta editorial que hoy recoge sus relatos sin saber si son novela o autobiografía, o quizá una historia de España hecha de lecturas, viajes, amigos y recuerdos. 
[Comienzo del libro]
Una tarde de invierno un tipo de aspecto sombrío que había estado merodeando por la librería esperó a que se fueran todos los clientes y se me acercó cuando estaba a punto de decirle que íbamos a cerrar. Llevaba una gran bolsa de plástico en la mano y me dijo con aire misterioso que quería enseñarme algo. Si no me importaba le gustaría hacerlo en la parte de atrás, donde podíamos hablar a solas. Le dije que mejor volviese en otro momento porque era tarde, pero fingió no oírme. Se acercó a la mesa de novedades que teníamos más cerca y sacó de la bolsa un estuche. Contenía varios volúmenes encuadernados en piel. Los desplegó sobre la mesa y se quedó observándome. 
Mire esto, dijo con voz temblorosa. Era la edición en cinco tomos del facsímil de Hora de España. Yo había oído hablar de aquella mítica revista, la mejor quese publicó durante la Guerra Civil. La mencionaban con reverencia los que habían visto algún número suelto, que aparecía de tarde en tarde en las librerías de lance. Si alguien se hacía con un ejemplar lo escondía en su biblioteca y se lo enseñaba a los amigos como un trofeo raro y prohibido. Otros presumían de haberla conocido cuando se publicaba pero hacía años que no la veían. Recordaban a muchos de los colaboradores y su maravilloso diseño gráfico con un gesto expresivo y nostálgico. Yo no había conseguido ver ni siquiera un número suelto.
Deposité el pesado estuche sobre una mesa y hojeé el primer volumen. Nunca había visto nada tan bien diseñado, tan bien impreso, tan bien encuadernado. Ni soñando se hubiera podido en la España que yo conocía hacer algo así. Por no hablar del contenido y de las ilustraciones. Todos los grandes escritores fieles a la República habían colaborado en sus páginas. Por fin lo podía comprobar revisando los índices. Quienes hablaban de la maravilla que era esa revista se habían quedado cortos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Carta de Manuela Sáenz a James Thorne, su primer marido

No, no y no, por el amor de Dios, basta. ¿Por qué te empeñas en que cambie de resolución. ¡Mil veces, no! Señor mío, eres excelente, eres inimitable. Pero, mi amigo, no eres grano de anís que te haya dejado por el general Bolívar; dejar a un marido sin tus méritos no seria nada. ¿Crees por un momento que, después de ser amada por este general durante años, de tener la seguridad de que poseo su corazón, voy a preferir ser la esposa del Padre, del Hijo o del Espíritu Santo o de los tres juntos? Sé muy bien que no puedo unirme a él por las leyes del honor, como tú las llamas, pero ¿crees que me siento menos honrada porque sea mi amante y no mi marido? No vivo para los prejuicios de la sociedad, que sólo fueron inventados para que nos atormentemos el uno al otro. Déjame en paz, mi querido inglés. Déjame en paz. Hagamos en cambio otra cosa. Nos casaremos cuando estemos en el cielo, pero en esta tierra ¡no! ¿Crees que la solución es mala? En nuestro hogar celestial, nuestr

La extraña muerte de Fray Pedro

En 1913, el nicarag ü ense Ruben Dario presenta este cuento, el cual relata la historia de un fraile que muere en nombre de la ciencia. Un ser pertubado por el maligno espiritu que infunde la ciencia, el cual fragmentaba sus horas coventuales entre ciencia y oracion, las disciplinas y el laboratorio que le era permitido. Con este texto, Ruben Dario, deja en claro que la fe es un acto de fidelidad, que se sobreentiende en el corazón sin pasar por la cabeza. “No pudo desde ese instante estar tranquilo, pues algo que era una ansia de su querer de creyente, aunque no viese lo sacrilegio que en ello se contenia, punzaba sus anhelos” Toda la historia tiene lugar en el cementerio de un convento, cuya visita va dirigida por un religioso. la guia advierte a sus seguidores sobre la lapida de Fray Pedro, personaje central del cuento. Un personaje “flaco, anguloso, palido” e incluso de espiritu perturbado cuya desgracia se veia venir con su sed de conocimiento. El fraile persuade a

Donna Tartt, el vuelo entre la alta y la baja literatura

Por su primer título,  El secreto  (1992), Donna Tartt  (Greenwood, Misisipí 1963) recibió un adelanto de 450.000 dólares (el equivalente sería hoy una cifra muy superior), caso insólito en alguien que no había publicado aún nada. Antes de salir el libro, un  extenso perfil aparecido en  Vanity Fair  predijo la fama de la autora, anunciando la irrupción en el panorama de las letras norteamericanas de una figura que supuestamente borraba la distancia entre la alta y la baja literatura. Confirmando las esperanzas puestas en ella por sus editores, “El secreto” vendió cinco millones de ejemplares en una treintena de idiomas. Las críticas fueron abrumadoramente favorables, aunque no hubo unanimidad con respecto al diagnóstico de  Vanity Fair.  La primera novela de Donna Tartt es un thriller  gótico que lleva a cabo con singular habilidad el desvelamiento de un misterioso asesinato perpetrado en el departamento de lenguas clásicas de Hampden College, institución universitaria de carácter