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Eres Cínico y Perro

En uno de los periplos de Alejandro Magno, específicamente, en Corinto, en su avidez de conquistar todos aquellos lugares donde concurriese algún ser humano, pasó unos días en dicha ciudad y para signo de él, colisionó con uno de los hombres, que por esta ciudad del Peloponeso en Grecia y la cual de una gran prosperidad desde la época clásica, reconoció como uno de los hombres más sabio de su tiempo se había enfrentado a su orgullo guerrero al punto de arrodillarse ante su sapiencia, hablamos de Diógenes el Cínico o el Perro.

De todas partes, políticos, estrategos, artistas y filósofos acudieron para admirar la intrepidez, arrojo y osadía del Joven rey, que recientemente había llegado a esta urbe, pero fue inolvidable para Alejandro Magno, que entre todas estas personalidades llegadas, en su deseo de atrapar y aprisionar una mirada o sonrisa del joven rey, solo faltaba uno, y era específicamente, Diógenes el Cínico o el Perro, pues este personaje sin ningún asombro y pasmo ante la llegada de uno de los más grandes conquistadores que la historia ha plasmado, hizo alarde de ostentación ante la presencia del Joven Macedonio.



Diógenes el Cínico o el Perro permaneció exánime junto a su tonel, recibiendo las alas abrasadoras del sol, en las inmediaciones al estadio, el cual esta junto a la entrada de la ciudad. Según los biógrafos de Alejandro Magno, extrañado y estupefacto este, se hizo llegar ante la presencia de Diógenes el Cínico o el Perro, e inmediatamente se entabló una plática, que pasó a la historia, como una de las conversaciones más propicia para hacer cambiar el corazón de un hombre, que cree que lo tiene todo y que todos deben humillarse ante ese hombre, aunque no prestó su entera disposición a la nobleza de este filósofo, pues su historia esta ahí escrita. Al llegarse él le dice:


- Yo soy el gran rey Alejandro.


- Y yo soy Diógenes el Perro- respondió el filósofo.


- ¿Por qué te has llamado el perro?


- Porque acaricio a los que me dan, ladro a los que no me dan y muerdo a los que son malvados.


- Pídeme lo que quieras y lo tendrás- dijo entonces Alejandro


- Lo que quiero es que te apartes de mi sol- respondió Diógenes


A lo cual el rey dijo a los que le acompañaban:


- Por Zeus, si yo no fuese Alejandro, querría ser Diógenes.


Qué sencillez envuelve a este filósofo, cuando en la actualidad nos creemos que lo tenemos todo, que somos la última gota que acaricia una hoja del desierto, después de una noche atesta de estrella bajo el sereno, que la soberbia, la arrogancia son tapiz inmovible de nuestras vidas, y que va, somos simples hombres, del cual somos prestamos de la muerte, que ante el mas simple pestañear, la oscuridad nos pasa rápido y nos levanta sin que nos demos cuenta y entonces si es que sucede, recuerda que el sentido de la vida era prepararse para estar muerto mucho tiempo.

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