El efecto de disolución entre la esencia y la existencia, como agua por adivinarse entre el aceite desde la Antigüedad hasta Heidegger, fue el de asimilar o equiparar el ser con la eternidad, sin importar dictámenes atinadas con la permanencia o con la perduración, en oposición al carácter cambiante y efímero del tiempo, tiempo este, el cual según la filosofía vemos a aparecer ya con las reflexiones sobre la naturaleza del tiempo, en los mismos inicios presocráticos buscando un proceso de consolidación del enfrentamiento entre naturaleza y lenguaje, entre lo que las cosas son por sí misma y lo que las cosas son en tanto que dichas en un lenguaje que presenta problemas a causa de su convencionalidad. El tiempo era visto por Platón como la imagen móvil de la eternidad, imita a la eternidad y se desarrolla en la eternidad, es decir una concepción cíclica del tiempo. Considera que el tiempo nace con el cielo y los movimientos de los astros miden el tiempo, así lo que es, es una participación del Ser según el tiempo, pero para Platón el Ser es un idea preexixtente y separada del mundo sensible .
Ahora bien, ¿Cómo vamos a comprender el ser, ese fundamento de toda reflexión sobre la existencia, si está condena a planear por encima de las realidades empíricas? Si el ser es la raíz fundamental y la fuente de todas las cosas. La filosofía heideggeriana plantea el Ser como un misterioso humo que desvelándose se vela, cercano y lejano, siempre conocido y olvidado, a la vez fundamento y abismo. El ser y el ente están relacionados íntimamente pero el ser no es el ente ni viceversa, hablándose del “Ser del ente y del Ente del ser”, cuestiones que pueden ser entendidas desde una exégesis mas del lado del uso del lenguaje pues atañe al genitivo objetivo y otro al genitivo posesivo. Parménides enuncia que “el ser no fue ni será , sino que es, a la vez, uno, continuo y entero” prescribiendo así la noción de sempiternidad.
El deber ineludible del filósofo consiste en enraizar este ser en la esfera de la temporalidad. Esta temporalidad no se enmaraña, entonces, con una sucesión de momentos, sino que designa la contemporaneidad del pasado del presente y del futuro. En otros términos, el ser no es esto o aquello, sino lo que “tiene que ser”. Es el hombre, el ente, el que le hace ser continuamente.
Comentarios